En el mundo de los optimistas algo es algo y el tuerto siempre será el rey entre los ciegos porque su media visión es preferible a no tenerla en absoluto. En efecto, las pequeñas porciones de arena que aparentan insignificantes son las que hacen la playa y las gotas juntas, formarán el mar; por lo que el fin se construye desde el principio, no hay otra forma.
Pablo Escobar fue un narcotraficante colombiano de los ochentas ampliamente protegido por su propia gente, con tal influencia, que hasta construyó en el 1991 su propia cárcel (La Catedral) a sus gustos, imagen y semejanza, pudiendo negociar su entrega bajo sus términos. Aunque tenía todas las comodidades frente a los presidiarios comunes, perdió su libertad y ese evento no fue más que el conteo regresivo de la caída de su imperio. Al Capone asesinó en Chicago más personas de las que se pudieran contar y sembró el terror de toda una época, resultando irónico que fuera atrapado por un delito tan fútil como la evasión de impuestos por el que fue encarcelado en Alcatraz. Al final, encontró la muerte disminuido y olvidado, como un delincuente cualquiera en el anonimato. Tal vez se requería mayor rigor y escarmiento, pero igual, desapareció y el mundo pudo respirar de nuevo.
A Pinochet, tras personalizar una de las dictaduras más sangrientas en América, se le concedió la condición de senador vitalicio para que abandonara el poder; es cierto que fue una pena blanda, pero el premio de su retiro vale los medios que tuvo que emplearse para sacarlo del mapa político. La muerte de Trujillo no hizo desaparecer automáticamente su oprobioso régimen y su familia pudo alejarse impunemente con grandes fortunas; precio alto, pero de consolación para erradicar una era oscura que se creía invencible en el país.
La transición es la etapa obligada para alcanzar el desenlace, una estación del viacrucis para llegar a la crucifixión y de ahí, a la resurrección. Frecuentemente se exigen ejecutorias drásticas y resultados inmediatos que sean ejemplarizantes; sin embargo, pocos se detienen en analizar el valor intrínseco de haber emprendido el camino, aunque la meta luzca lejana porque siempre será peor no abordarla. Paso a paso, sin prisa, pero sin pausa, se llega, lo contrario es detenerse y esperar en quietud que el cambio se produzca solo, lo que nunca ocurre. Del sendero lo primordial es comenzarlo, solo así se puede aspirar a que se termine porque, sin la salida no hay llegada.