En nuestros políticos y funcionarios, en los de ahora y en los de antes, abarcando todos los colores, el arraigado temor a tomar decisiones es tan perjudicial para la patria como la corrupción. Hay miedo colectivo de ser activo, de romper esquemas, como si el mundo no cambiara. Prefieren ser estatuas a río que fluye. Esa pasividad atenta contra el Bien Común, que no perdona que quien pueda promoverlo tenga la palabra “blandengue” en su frente.

“Esto desde Trujillo se hace así”, razonan, expresándolo más por cobardía que por comodidad, aunque siempre hay una mezcla, a veces nada sutil, entre ambos sentimientos. Sus metas se concentran en mantenerse en el cargo, discretos, fantasmales, salvo para adular a sus superiores, que ahí son expertos en el arte de la osadía.

También hay otra excepción: si entienden, instintivamente, que su presencia debe ser destacada. Ocurre cuando en sus oídos suenan las trompetas de los cambios. Aquí saltan a la luz pública, para luego, si se mantienen en sus puestos, son removidos o destituidos, apagarse, acomodados en el letargo, hasta que las circunstancias, según ellos, determinen salir del anonimato.

Por igual sucede con alcaldes, concejales, legisladores, jueces, ministerio público, policías, militares, bomberos; y hasta abarca otras esferas: gremios, grupos empresariales, clubes deportivos, asociaciones de padres y amigos… ¡Dios! ¿Será que estamos en presencia de una sociedad conservadora, atrapada en el pasado?

Decía Johann Wolfgang von Goethe que una vida inútil equivale a una muerte prematura. Pregonó que aportar y construir es la razón de existir. En todas las áreas, en especial la del servicio público, es penoso no ser recordados por nuestras obras, sea nuestra cotidianidad sencilla o deslumbrante, pues el bien no tiene tamaño, su valor se relaciona con lo que podemos y debemos hacer. Dejemos huellas en el camino, que quienes recorran nuestro sendero sientan nuestros pasos y los enmarquen porque los admiran.

“Fue un gran estadista”, diremos del presidente que cumplió su responsabilidad. “Fue una excelente planchadora”, proclamaremos al referirnos a aquella humilde señora que almidonaba nuestra ropa con cariño y cada filo salía exacto de sus prodigiosas manos.

Y para ser útiles hay que entrar en el juego, no observarlo desde las gradas, procurando determinar lo correcto, aunque nos equivoquemos. Y pensar en la mayoría, comprometidos con el provenir; que nuestras actuaciones sirvan de modelo a seguir, en un estado de entusiasmo sano, íntegro e integral, con un espíritu firme y ánimo de acero.

Aprendamos a decidir. Liberémonos, innovemos y mejoremos. Para avanzar como pueblo y vivir con razonable dignidad, dejemos la timidez y la mediocridad desde el poder, de la que ningún partido político está exento de culpa.

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