Hace días murió el padre de una amiga. Como es natural en estos tiempos, ella publicó en las redes el fallecimiento, e informó los detalles que sus relacionados debían conocer. De sus palabras brotaba un dolor desgarrador.
Al enterarme, le escribí solidarizándome y al hacerlo empecé a leer los mensajes que la dama había recibido. La mayoría eran de respetuosa condolencia, de apoyo en esos momentos de profunda tristeza.
Pero me detuve de inmediato al observar que alguien, más insensato que curioso, preguntó: ¿cómo se llamaba el muerto? Otro fue igual de desagradable: ¿puedes enviarme una foto para saber quién era? Y un tercero, con pretensiones de investigador cuestionó: ¿de qué murió ese señor?
Confieso que me sentí apenado al saber del grado imprudencia que existe entre algunos hijos de Dios. Hay individuos que desconocen las palabras “sentido común”. ¡Pobres de los que no saben comportarse cuando se les presentan temas sensibles o incluso asuntos sencillos!
Muchos pierden el éxito personal o profesional por opinar de manera indebida. ¡Cuántos, que son excelentes trabajadores, no alcanzan triunfos importantes por ser, sencillamente, unos deslenguados!
¡Ay de los que incluso con innumerables oportunidades para avanzar, dejan escapar esas coyunturas claves del destino por soltar frases imprudentes o algún monosílabo inapropiado!
¡Pobres de los que aparentaron cualidades que no poseían, saliendo a relucir su ignorancia en el mismo instante que escribieron o abrieron la boca! Si no lo hubieran hecho, todavía los considerarían sabios.
Si usted no tiene qué escribir y tiene ansias de hacerlo, amarre sus dedos, esconda el teclado, triture su celular y luego duérmase, vea un programa en el televisor, levante pesas o trote. Y si usted no sabe algo, enmudezca, no invente, quédese tranquilo, haga lo mismo que lo anterior, que puede hacer el ridículo, fracasar en sus propósitos, estancarse en su oficio o destruir sus logros. Recuerdo una frase de alguien que quiero mucho: “la inteligencia del bruto es el silencio”.
Que la tentación de expresar lo que sea no nos domine; incluso, aunque estemos sometidos a los más viles ataques, a las más agudas presiones o a los tormentos más atroces, pensar antes de ser extrovertido es lo adecuado. Callar: ¡qué difícil es! Y sobre todo para los que creen saberlo todo.
Hasta decir una verdad a destiempo puede complicar nuestros planes, porque la razón, para ser eficaz, debe externarse en el momento preciso, sin precipitaciones, pero con seguridad y valentía.
Volviendo a lo de mi amiga, si yo me sentí mal al encontrarme con esas absurdas preguntas de los carentes de discernimiento, imagino cómo ella se habrá sentido. ¡Prudencia por favor, prudencia, aunque para algunos parezca imposible!