El mundo está expuesto a una de las peores amenazas que ha tenido la humanidad, después del Diluvio, según lo descrito en Génesis o primer libro de Moisés, contenido en la Biblia. Esta vez, por la ambición desmedida del hombre en busca de riquezas y de poder político que con los más elevados recursos de la tecnología convertidos en armas letales.

Lo que comenzó en Ucrania con la incursión de Rusia en su territorio desatando una confrontación que, al parecer, no tiene fin, ni existe el mínimo interés en negociar la paz en un conflicto que ha costado millones de ciudadanos útiles que han dejado la vida en una guerra que no buscaron.

Ahora se retoma el añejado odio entre los seguidores de Maoma con la cruenta guerra entre los grupos de la resistencia y los israelitas, el cual ha cruzado las barreras para poner de frente una vez más a estos dos pueblos, cuya destrucción persigue a todas costas, el uno sobre el otro.

Detrás de estos conflictos se frotan las manos las potencias responsables del gran mal de la humanidad, cuyos líderes quieren controlarlo todo, tomarlo todo, a expensas de millones de seres inocentes que mueren de hambre y desesperación, porque en ese juego de intereses son las barajas que se destruyen, incineran o padecen la maldad de los ambiciosos ingratos.

Estamos en el borde una conflagración con dimensión universal como nunca había ocurrido y las poblaciones más vulnerables pagan con creces por las absurdas decisiones del llamado liderazgo desde sus asientos fríos.

Las grandes potencias deben posponer sus ambiciosos programas de destrucción y permitir que la humanidad, sacudida en cada siglo de los últimos dos milenios, tenga un respiro y dedicar tiempo a la producción de riquezas, alimentos, techos, recursos naturales y otros, que devuelvan al mundo la gran belleza imaginada en los sueños de los inocentes.

La humanidad de unir filas y concentrarse para pedir a grito que nos dejen ser, que nos permitan amar, que podamos ser familias y tener un mundo matizado por la alegría y espaciosos momentos de felicidad. ¡Basta ya de tanta maldad!

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