La respuesta a esta pregunta es muy dura. Pero la verdad es que de lunes a domingo, desde enero a diciembre, la mayoría de los homicidios que se producen en el país no son responsabilidad de la delincuencia común, ni del narcotráfico, ni de los comerciantes de alcohol adulterado.
Estos actores causan graves daños a nuestra sociedad. Pero, en mayoría, los homicidios que se registran en República Dominicana son cometidos por gente común, como usted y como yo, en medio de conflictos de convivencia.

Al 2019, la violencia convivencial (riñas/rencillas y violencia intrafamiliar) era la principal causa de muertes violentas en la República Dominicana, con el 67 % de los casos de homicidios intencionales registrados por el Observatorio de Seguridad Ciudadana del Ministerio de Interior y Policía.

En el mismo período en zonas del Gran Santo Domingo este porcentaje alcanzó el 75 % (robos/atracos y drogas generaron el 29 % de los casos). Es decir, aquí, por cada 100 personas víctimas de homicidio, 75 fueron ultimadas en medio de un conflicto que en vez de resolverse hablando o por mecanismos legales se resolvió con una persona matando a la otra o dejándola en condición terminal.

Es más fácil de escribir y leer que de interiorizar. Nuestro país registra muy altos niveles de la peor forma de violencia, de esa que está dirigida abiertamente a matar al otro. Tenemos un gravísimo problema con el manejo de nuestras emociones, de las diferencias y los conflictos.

Según las estadísticas oficiales, cerca del 50 % de los casos de homicidios ocurren de viernes a domingo en horario de 6:00 de la tarde hasta la medianoche, cuando salimos a recrearnos, a bailar y a compartir con los demás.

Y las víctimas por lo regular son personas jóvenes de entre 15 y 44 años (los hombres representan el 85 % de todos los homicidios registrados en 2019).

La prensa y las redes sociales recogen numerosas historias de los detonantes de estos conflictos terminados en muertes: un parqueo, mentada de madre, celos, un “me miró mal”…
En República Dominicana, donde abunda la figura del macho superpoderoso e irrefutable, la más insignificante situación puede provocar un homicidio.

Por supuesto, estos altísimos niveles de muerte no fueran tales si en el conflicto verbal o físico los involucrados no encontraran con tremenda facilidad el acceso a un arma de fuego. Si tiene dudas, vuelva a ver el video del ciudadano que recientemente disparó a otro con pistola y escopeta por un problema de ceder o no el paso en una calle angosta del Distrito Nacional.

La cultura violenta sumada a la gran cantidad de armas de fuego que hay en las calles del país nos convierten en una bomba social, que detona desde que dan las 6:00 de la tarde del viernes, cuando salimos a botar el golpe y encontramos el alcohol como mecha y catalizador del conflicto.

Es un fenómeno complejo, que produce muchísimo dolor en las víctimas, en los mismos victimarios, en las familias, círculos afectivos y en las comunidades. Enfrentarlo y resolverlo, por su complejidad, implica la participación de todos los sectores del país, desde el Gobierno hasta la más pequeña junta de vecinos. El primer paso: visibilizar y darle relevancia política. Comencemos.

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