Al inicio de un nuevo año es común que hagamos reflexiones sobre nuestras vidas, listas de propósitos y de deseos, muchos de los cuales están centrados en el bienestar personal, pero en cierta medida algunos de estos no serán realizables del todo o podrán ser afectados por asuntos que atañen a la colectividad, por eso como nos lo ha enseñado de forma grotesca la pandemia que asola el mundo desde hace casi dos años, hay situaciones que solo pueden ser solucionadas de forma colectiva.
Esto podría ser una lección que nos anime a comprender cuán necesario es que seamos capaces de desprendernos un poco del individualismo y egocentrismo, y actuemos con mayor nivel de solidaridad, sentido de compromiso y aceptación de la obligación moral de contribuir al bien común, colocando su búsqueda, por encima de nuestras propias convicciones, preferencias, intereses, simpatías o antipatías.

Las redes sociales han revolucionado el mundo y como sucede con todo, tienen aspectos positivos y negativos, y aunque algunos resienten que le han dado plataforma para alzar su voz a ignorantes y a quienes se encargan de desinformar o de hacer mal, estas no son más que un instrumento que pone de manifiesto quienes somos, pues así como por nuestros hechos nos conoceremos, también por los mensajes que expresamos y la forma en que lo hayamos hecho, hará que dejemos un legado positivo o negativo, que no tiene nada que ver con cuantas reproducciones, me gusta o adhesiones tengan, sino con cuanto fuimos capaces de aportar y cuál es el trasfondo de nuestras posiciones.

Es lamentable que algunos se dediquen más a tratar de entorpecer el camino y a poner obstáculos, que a tratar de aportar y contribuir, como si vivieran para restar y no para sumar, pero si bien es deplorable que individuos actúen de esta forma, resulta inaceptable cuando quienes lo hacen supuestamente representan gremios profesionales que como la Asociación Dominicana de Profesores o el Colegio de Abogados de la República Dominicana, por tan solo citar dos ejemplos, que deberían ser los más interesados en la mejoría del sistema educativo y del de justicia, pero por el contrario, su accionar penosamente está movido por los intereses políticos y grupales que los llevaron al cargo.

Peor aún, haciendo un uso incorrecto del poder que como colectivo tienen, lo utilizan para impedir reformas necesarias temerosos de que pongan a prueba las mediocridades de muchos de sus directivos y acólitos, jugando a torcer el pulso de autoridades con cuestionables huelgas y posiciones que empeoran los sectores por los que deben trabajar y que muchas veces solo se solucionan a cambio de prebendas, y que al final solo dejan pérdidas de credibilidad para ellos, y de oportunidades para aquellos por quienes deberían velar.

Aunque utilizar llamados a paros como instrumento político es reprobable, emplear como ardid para justificar improcedentes llamados de no asistencia de los maestros a las aulas la supuesta inquietud por la salud de los estudiantes, lo es doblemente, y esto no debería quedar sin consecuencias, pues nadie les devolverá todas las horas perdidas de clases, quienes ya suficientes pérdidas han tenido debido a esta pandemia, y una virtualidad que ha sido postergada sin razón en nuestras aulas universitarias.

Es hora de que la misma sociedad civil que se empoderó para reclamar la inversión de un 4% del PIB en educación, con la misma fogosidad que lo hizo exija una revisión de esta medida para corregir todo lo que es más que evidente debe serlo, empezando por poner límites a los aportes, metas de cumplimiento y reglas a un sindicato de maestros, que no puede seguir siendo quien decida el destino de nuestra educación, pues es parte fundamental de su mal estado, y su avance precisamente depende de que liberemos al sistema de su pesado yugo. Ojalá comprendamos que en este y todos los aspectos debemos accionar en aras de contribuir, haciendo lo necesario para sumar, y absteniéndonos de restar, porque sumando ganamos todos y restando, pierde no solo a quien queremos perjudicar y quien perjudica, sino todos.

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