Fui un fiel seguidor de las enseñanzas del papa Francisco. Ahora me sucede igual con León XIV, quien inició su pontificado como un verdadero guía en el mundo en los aspectos religiosos y en los crudamente terrenales. Cuando el sumo pontífice se expresa, más que escucharlo, hay que estudiarlo, como si fuese una noble y agradable materia para formarnos en la vida, en el mejor de sus sentidos.
En su reciente homilía en la misa de Pentecostés en la Plaza de San Pedro, León XIV tocó el tema de la “tolerancia”, de la que nos canta con sabiduría Silvio Rodríguez: “Tolerancia, tolerancia, palabrita en el mantel, pocos platos se la sirven muchas bocas a comer”.
La tolerancia con responsabilidad define al ser humano y a las naciones. La falta o mala comprensión de la tolerancia es la principal causa de las disputas familiares, de los conflictos en las instituciones y en la sociedad y de las incomprensibles guerras.
Ser tolerantes es comprender que no necesariamente tenemos la razón, aunque defendamos nuestras convicciones con gallardía; es aceptar la personalidad del prójimo, siempre y cuando sus actuaciones no perjudiquen a terceros; es valorar al hermano por sus hechos, no por su condición.
El Obispo de Roma, en ese tenor, reflexionó: “(…) Somos verdaderamente la Iglesia del Resucitado y los discípulos de Pentecostés solo si entre nosotros no hay ni fronteras ni divisiones, si en la Iglesia sabemos dialogar y acogernos mutuamente, integrando nuestras diferencias (…)”.
En otra parte de su homilía indicó: “Y donde hay amor no hay espacio para los prejuicios, para las distancias de seguridad que nos alejan del prójimo, para la lógica de la exclusión que vemos surgir desgraciadamente también en los nacionalismos políticos”.
Pienso que los intolerantes políticos discuten con pasión y enarbolan con rabia sus creencias sin apreciar las bondades de otras. Juran que la verdad solo es de ellos; mientras que los intolerantes nacionalistas solo valoran su país y detestan naciones porque las consideran inferiores; estos infelices, alegando una torpe superioridad, humillan, maltratan, condenan y asesinan.
También me preocupan los intolerantes que apenas se enfocan en lo material y justifican crímenes para proteger sus intereses o el poder que representan. Se alimentan con dinero. Son miserables del alma. En sus estómagos prefieren las monedas al agua que refresca.
Los intolerantes “odian” y “aman” sin comprender los límites de ambas palabras, las cuales, mal asumidas, pueden ser fatales para el buen juicio de quienes las practican. ¿Te consideras tolerante o intolerante? De tu respuesta depende cómo eres. Sigamos atentamente las prédicas del papa León XIV y así aprenderemos más a ser tolerantes, elemento vital para ser feliz.