Aunque Gabriel García Márquez lo llamó “El oficio mejor del mundo” definición a la que no le quito nada, a no ser para agregar: …y la más riesgosa aventura, pues es la única profesión que, cuando se realiza apegado a la ética y la objetividad, puede enojar, malhumorar, e incluso, costar vida. Sí, así de sencillo.
Basta saber que la Unesco, al conmemorar el Día Internacional para poner fin a la Impunidad de los Crímenes contra periodista, consignó: “Cada cuatro días es asesinado un periodista”, y que, en el caso de “América Latina, la prensa libre ha experimentado el martirologio de 561 periodista desde 1987, la mayoría por haber denunciado actos de corrupción o iniquidades del crimen organizado, o por haberse opuestos a regímenes autoritarios” (Editorial Listín Diario, 3/11/18). Como vemos, un periodista o un medio, pueden granjearse reconocimiento, respeto, credibilidad; pero también todo lo contrario: resquemor, castigo, crimen -como el atroz-reciente a Khashoggi, Rubén Pat; y el abominable a Charlie Hebdo, 2011-, peligros y amenazas por el simple hecho de ver, opinar, investigar y contar…

Sin embargo, cuando el periodismo se ejerce bajo el llamado ético e incorruptible de decir y elevar la voz, cuando la sociedad lo demanda, a sabiendas de peligros y acechanzas, no tiene geografía. Tampoco miedo al poder.

Pero no nos engañemos, “El oficio mejor del mundo” está amenazado por tres puntos cardinales: su ejercicio sin cortapisas, su sobrevivencia prístina; pero más que nada, ante las tentaciones de cohabitar con el poder y el fenómeno – autopista sin fin- de las redes sociales que igual puede educar, desinformar, manipular, mercadear y, porque no, destruir (honra-reputación) en cuestión de segundo. Porque las redes sociales, ¡son ya!, el periódico o vitrina –virtual-universal- de mayor tirada jamás imaginado y donde el reportero o director puede ser un ciudadano altruista pero también un ciber-delincuente; o más degradante-abominable, un pedófilo (cura, pastor, funcionario-público, empresario, o un “ciudadano” cualquiera). Sin contar, por supuesto, con unos vigilantes -indescifrables-, pero cada vez más atentos: los estados, los mercados y los piratas cibernéticos (que pueden, éstos últimos, perseguir objetivos comerciales-fácticos-estratégicos-tecnológicos, u electorales-ideológicos-terroristas- en alianzas con agendas-supranacionales).

De modo que “El oficio mejor del mundo”, por el impacto de los avances científico-tecnológicos y las redes sociales (y otros actores anónimos), ya no es ni la sombra de lo que antes fue. Hoy, periodistas y periodismo deben cuidar dos tipos de muerte: la física y la virtual-tecnológica.

Pero aun así, los verdaderos periodistas y el periodismo crítico-actualizado, sabrán sobreponerse a ese doble desafío diario: el de los riesgos y el de quedar obsoleto.

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