Aquel 24 de abril de 1965 parecía ser un día normal en República Dominicana. Un Triunvirato gobernaba, encabezado por Donald Reid Cabral, fruto de un golpe de Estado llevado a cabo un año y siete meses antes en contra del profesor Juan Bosch.
Un sector de las Fuerzas Armadas leales al presidente desterrado deseaba el retorno de la Constitución de 1963, considerada una de las más avanzadas de su época.
Aquella facción leal a Bosch era liderada por el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, quien había ideado una especie de contragolpe para barrer al Triunvirato y regresar el orden constitucional.
Ese día que parecía ser común y corriente, pronto se convertiría en el inicio de la más grande epopeya del siglo XX.
El “coñazo” del capitán
Pasado el mediodía, un capitán llamado Mario Peña Taveras tallaría su historia al hacer prisionero a su superior, un general de leyenda; Marcos Rivera Cuesta.
Según relataría Peña Taveras tiempos después, este apuntó al general de brigada con su ametralladora y le dijo que estaba detenido, por lo que entregara su pistola, a lo que su superior jerárquico respondió: “¿Te estás volviendo loco?”
De acuerdo con el capitán, Rivera Cuesta se puso nervioso y se dejó desarmar completamente.
A continuación, Peña Taveras llamó al programa radial “Tribuna Democrática”, dirigido por José Francisco Peña Gómez y ahí anunció la situación.
En plena trasmisión radial, cada palabra que el capitán Peña Taveras pronunciaba iba acompañada de un “coño”, propio de la adrenalina que estaba viviendo en ese momento.
Antes de terminar su intervención, vociferaría las palabras que, de una u otra forma, atizarían a la revuelta de abril: “¡Qué viva la República Dominicana, coñazo!”.
El fin del Triunvirato
Minutos después, Peña Gómez llamó al pueblo a las calles para que salieran a respaldar el movimiento constitucionalista que buscaba retornar del exilio al presidente Bosch. Reid Cabral había ordenado toque de queda nacional y emplazaba a los militares rebeldes a rendirse.
“De no acceder al llamado, tropas leales al Gobierno cumplirán con su deber”, había expresado el triunviro en su mensaje de advertencia ante la nación.
No obstante, tanto el cuartel militar “16 de Agosto” como el “27 de Febrero”, además del apoyo de gran parte del pueblo dominicano, terminaron de desmoronar en menos de 24 horas al Triunvirato.
Tras el derrumbamiento del gobierno de facto, asciende al poder una gestión provisional encabezada por Rafael Molina Ureña, quien pasó a posicionarse para servir de transición al retorno de Bosch que estaba exiliado en Puerto Rico.
Una facción militar encabezada por el general de brigada Elías Wessin y Wessin objetaba tales fines, lo que desencadenó en la cruenta Guerra de Abril.
Durante tres largos días, hombres, mujeres y niños se colgaron un fusil al hombro, se armaron hasta con piedras para defender los ideales que entendían correctos.
Madres de militares congestionaban las emisoras con llamados de concienciación a sus hijos para hacerlos recapacitar y que estos se cambiaran al bando constitucionalista.
Molina Ureña y parte de su gabinete acudieron al embajador estadounidense en el país, William Tapley Bennett, para negociar una solución a la grave situación que padecía la nación.
La respuesta del diplomático fue contundente y desconcertante: “Ustedes no están en disposición de negociar sino de rendirse”.
Inmediatamente el presidente interino renunció en conjunto con sus colaboradores asilándose en la embajada de Colombia, cuando la victoria de Wessin era inminente, un coronel desconocido de nombre Francisco Alberto Caamaño Deñó le replicó al emisario norteamericano: “Disculpe señor embajador, pero seguiremos la lucha pase lo que pase”…