Katty Sánchez, 25 añitos, sufrió mucho durante tres años postrada en una cama, con un crecimiento desproporcionado de su vientre, luego de ingerir pastillas chinas de las denominadas uvas verdes o reduceweigt y al final, murió la mañana de este lunes en una cama del hospital Salvador B. Gautier.
Ella, pobre, murió sin recibir la asistencia oficial del Estado por eso mismo, porque era pobre y no tenía dolientes en las esferas del poder que en otros casos han invertido millonarios tratamientos con personas de mayor relieve social y económico que la hoy occisa.
Pero, el caso no es ese en lo fundamental para esta columna. La moraleja de este drama es que debemos aceptarnos tal y como la naturaleza nos diseñó.
Se ha desatado toda una ola de muchachas que de la noche a la mañana pretenden convertirse en lindas barbies o en muñecas de pasarelas haciéndose cirugías por todas partes o recurriendo a tratamientos sin asesoría profesional adecuada que al final de la jornada sale peor la cura que la enfermedad.
Sin complejos
El peor ejemplo que incentiva a las y los incautos a buscar cambiar su estructura física de la noche a la mañana lo tenemos en la televisión, programas donde chicas y chicos que se creen del jet set internacional procuran ponerse bonitos, cambiando sus vientres y traseros y hasta colores de ojos y tamaños de boca y partes íntimas, waoooo, con el simple propósito vano de verse más jóvenes, más hermosos o hermosas, como si la belleza fuera postiza o fruto de la generación espontánea. El doloroso caso de Katty debe servir de enseñanza para tantas jóvenes que se acomplejan de su propia naturaleza.
Acéptese como usted es, y punto. Quien le discrimine o rechace porque usted sea como es, es sencillamente una de esas criaturas que por sus propios defectos engendran en los demás una sensación de frustración.