Alebrecamiento y norma

Es muy manifiesto un alebrecamiento entre algunos dominicanos y dominicanas. Se ha acrecentado desde el año pasado. Es un temperamento, un estado de ánimo que en verdad no sabemos qué lo ha precipitado.

Es muy manifiesto un alebrecamiento entre algunos dominicanos y dominicanas. Se ha acrecentado desde el año pasado. Es un temperamento, un estado de ánimo que en verdad no sabemos qué lo ha precipitado. Abiertamente se reclama el derecho a ser lo que se siente, lo que parece muy bien, muy justo. A nadie se le puede impedir que exprese lo que es. La República está fundamentada en un estado de derecho, y siendo así, las personas son libres y gobiernan su voluntad y su personalidad, como garantiza la Constitución. Todo eso es comprensible.

La sociedad democrática se afirma también en la tolerancia. Tenemos que tolerar, tolerar a las personas como son. Obviamente, siempre en el marco de la ley y las “buenas costumbres” que constituyen parte de la ritualidad y la cultura dominicana.

Pero el alebrecamiento pretende llegar más lejos. Los estímulos virtuales que se perciben por ciertas prácticas en otras sociedades estarían en el ánimo de propiciar un instrumento que permita legalizar una situación que contraviene un principio fundamental de una institución que hemos conocido como familia.

El artículo 55 de la Constitución de la República es muy claro: “La familia es el fundamento de la sociedad y el espacio básico para el desarrollo integral de las personas. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla”.

Cualquier otra forma de unión con vocación de familia entra en contradicción clara con esta norma, al margen de cualquier otra consideración. Para consumar ciertas aspiraciones habría que modificar la Constitución y los instrumentos para hacerlo son muy claros.

De modo, que la alegría, el entusiasmo y todo lo que estimula una determinada situación, es muy legítimo y hasta satisfactorio. Es un decreto del yo, de la propia mismidad en la que nadie puede ni debe intervenir. Y qué bueno que así sea, pero nadie puede tampoco decidir por toda la sociedad.

Se comprende y se respeta el entusiasmo, pero no se puede irrespetar la institucionalidad.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas