¿Amenaza cubana?

La noticia del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, y de un cambio general en la política de Estados Unidos hacia ese país ha sido recibida con mucho entusiasmo en América Latina porque elimina uno de los escollos&#

La noticia del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, y de un cambio general en la política de Estados Unidos hacia ese país ha sido recibida con mucho entusiasmo en América Latina porque elimina uno de los escollos más importantes para una plena integración de Cuba a la región, y porque abre perspectivas de mejoría económica para la agobiada economía cubana.

Sin embargo, también es recibida con cierta preocupación por algunos sectores en la región, incluyendo en República Dominicana, por temores asociados al potencialmente negativo impacto de la normalización de las relaciones económicas y comerciales entre Estados Unidos y Cuba en el comercio exterior.

En la medida en que Cuba exporte bienes y servicios similares a los de República Dominicana, o en la medida en que disponga de factores de producción tales como tierra, trabajo y capital en proporciones y calidades similares a los del país, la amenaza de competencia se hace creíble.

Sin embargo, los temores generales tienen insuficientes fundamentos, no así algunos sobre actividades específicas. En primer lugar porque tardará mucho tiempo antes de que las relaciones económicas puedan normalizarse. Por el momento, se trata de un diálogo político y aunque seguramente el presidente Obama aliviará, por la vía ejecutiva, algunas de las restricciones para el intercambio económico, el grueso de las barreras al comercio y las inversiones entre los dos países se mantendrá en pie porque deriva de leyes. Su levantamiento requiere de la aprobación del Congreso de EEUU donde los apoyos y resistencias a abandonar la política de entorpecer el comercio de Cuba con EEUU y el mundo no están del todo claros y prometen ser objeto de intensas y posiblemente largas disputas.

En segundo lugar porque, a juzgar por las canastas de exportación de bienes actuales, Cuba compite con República Dominicana un reducido grupo de productos: azúcar, cigarros y ron. En promedio entre 2011 y 2013, las exportaciones de azúcar representaron el 15% de las exportaciones totales de bienes de Cuba, los cigarros el 8.6% y el ron menos del 5%. Sin embargo, en ese período en República Dominicana, el azúcar representó apenas el 2.3% del total de las exportaciones y las de ron el 1.2%. De esas tres, las de tabaco son, por mucho, las más importantes y donde habría más amenaza porque representaron el 7.2% del total exportado. El resto de las exportaciones cubanas (medicamentos, níquel, productos intermedios hierro y acero, y mariscos congelados) poco tienen que ver con las nuestras.

En tercer lugar porque aunque para ambos países el turismo de sol, arena y playa es una actividad crucial de exportación, es difícil pensar, por lo menos en el mediano plazo, en una situación en la cual el flujo de turistas hacia República Dominicana se desvíe hacia Cuba. Sin dudas que el relajamiento de las restricciones de viaje desde Cuba, EEUU incrementaría notablemente el flujo de turistas hacia ese país pero, antes que turistas que cambian de planes o que optan entre los dos (o varios) destinos, la mayoría muy probablemente será nuevos viajeros impulsados por diversas razones como la visita a familiares, curiosidad o por razones culturales.

En cuarto lugar porque cualquier economía tarda un tiempo significativo en crear las capacidades productivas para responder a una oportunidad como la apertura del mercado de EEUU, máxime una como la cubana que estaría obligada a hacer significativas transformaciones institucionales. La principal restricción que enfrentaría es la escasez de capital para hacer las inversiones necesarias, por ejemplo, en capacidades hoteleras y turísticas, y en maquinaria, equipo e infraestructura en actividades de exportación. Aunque puede haber capital externo disponible, incluyendo el de la comunidad cubano-americana, habría que crear marcos institucionales y regulatorios que faciliten concretar esas inversiones. Esos cambios siempre son difíciles no sólo por razones técnicas, sino especialmente políticas porque suponen una redistribución de poder entre el Estado e inversionistas, y dentro del Estado.

En síntesis, los cambios no serán en lo inmediato, la competencia directa afectaría un estrecho número de actividades, y los impactos de largo plazo dependen de los flujos de inversión y las capacidades productivas que la economía cubana pueda crear.

Mientras tanto, no debería necesitarse de la “amenaza cubana” para terminar de convencernos de la urgencia de fortalecer las capacidades productivas y competitivas dominicanas. Los resultados comerciales y sociales están a la vista de todo el mundo.

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