Ciudadanía es una condición de la modernidad. Durante la antigüedad la relación social existente era la esclavitud. Sólo los amos tenían derecho. Los esclavos eran considerados cosas, nunca seres humanos, y mucho menos eran vistos como sujetos, como personas. Las condiciones infrahumanas, la sobre explotación de la mano de obra provocaron grandes revueltas. Reivindicaban una mejor retribución, querían algo más que lo ínfimo que recibían para apenas recuperar su fuerza de trabajo.
El grito esclavo trajo sus frutos. De la antigüedad pasamos a la Edad Media y al feudalismo. Los antiguos esclavos se convirtieron en siervos, y aunque sus vidas todavía le pertenecían a su amo, ahora convertidos y denominados señores feudales, sus vidas dieron un cambio, pues podían cultivar sus propios predios para favorecer a sus familias. La relación siervo-señor feudal creció y fortaleció tanto, que a finales de la Edad Media algunos lograron alcanzar la libertad, y fueron denominados siervos libres. Como estaban habituados a vivir alrededor de la vida del feudo, los siervos libres se quedaron pululando a su alrededor. Formaron ciudades que se llamaron burgos. Se hicieron comerciantes. Nació así la burguesía comercial.
El tiempo transcurrió. En el siglo XVIII el modelo feudal se había agotado. Ya se había producido el Renacimiento, el preludio de un nuevo orden social, expresado en las artes, la filosofía y la ciencia. Los ingleses habían hecho su revolución burguesa casi un siglo antes. Nacieron los llamados enciclopedistas, la buena nueva de una sociedad basada en otros paradigmas había nacido y se propagaba como el viento por toda Europa.
Las palabras de libertad y derechos humanos comenzaron a invadir el espacio social, los ambientes intelectuales. Nadie quería la servidumbre. Todos querían una sociedad basada en la ley del mercado. Comenzaron a nacer los ciudadanos, los hombres, por supuesto. Las mujeres alcanzamos esa categoría, casi dos siglos después.
