Árbol de la superación humana (2)

(Discurso pronunciado en la celebración del Día del Árbol, el 4 de mayo del año 1983, con motivo de la siembra de una planta…

(Discurso pronunciado en la celebración del Día del Árbol, el 4 de mayo del año 1983, con motivo de la siembra de una planta de guayacán en el jardín frontal de la Biblioteca de la Universidad Católica Madre y Maestra, el árbol de la superación humana).

El programa de la superación humana verdaderamente positiva es exigente, ciertamente. Pero, ¿qué importa eso si su realización nos hará sentir más personas, personas integrales, capaces de mirar más lejos, de navegar en el océano de la vida, en medio de brumas y vientos, con la seguridad de ánimo de los argonautas homéricos.

“Idealismo, romanticismo’’, -dirán algunos. Les respondo con palabras de José Ingenieros:

Esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los idealistas (…) Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor (…) La humanidad no llega donde quieren los idealistas en cada perfección particular, pero siempre llega más allá de dónde habría ido sin su esfuerzo. ([1], p.21).

Tender siempre hacia la perfección, he ahí la clave.

Ofuscaciones y debilidades nos hacen dar pasos en falso, muros circunstanciales nos impiden avanzar hacia ella. Pero el deseo de alcanzarla no debe abandonarnos nunca, y a través de luchas y cuidados acortemos cada vez más la distancia que nos separa de su cumbre luminosa.

Perfección en el contexto de la superación humana verdaderamente positiva. ¿De qué otra manera podríamos librarnos de la degradante contaminación del maquiavelismo secular, que como inmensa nube sombría encapota los cielos del mundo moral?

Esta tarde, además del árbol de la superación humana, sembraremos en el Campus 464 árboles más de distintas especies.

Las celebraciones anuales del Día del Árbol no se limitan sólo a consideraciones mítico-sentimentales en torno a ese ser vegetal de tantas resonancias poético-contemplativas en nosotros. También son un grito de alarma, un intento de despertar la conciencia del país ante la tragedia ecológica que nos amenaza a todos: la deforestación galopante que consumió 24 millones de tareas boscosas desde el descubrimiento de América hasta el año 1973 ([2]), y que avanzando actualmente a un ritmo de 50,000 hectáreas anuales ([3]), va produciendo la desertificación del país. Menos lluvias, merma creciente o desaparición de capas vegetales de suelos y caudales de ríos, cambios negativos de regímenes de vientos, descenso de la humedad atmosférica, etcétera.

En los colegios, en las escuelas, en las universidades, en los medios de comunicación del país (radio, prensa, televisión), la palabra lleva a los dominicanos la inquietante noticia y aunque se percibe una concienciación cada vez mayor respecto al problema, los días, los meses y los años pasan sin que se vislumbre una acción verdaderamente firme y decidida encaminada a evitar la tala lesa patria de árboles en valles, sierras, montañas y parques nacionales. Siempre han existido iniciativas en esa dirección, pero, hasta ahora, sin el poder necesario para enfrentar exitosamente la situación. Con frecuencia se oye decir que todos los sectores nacionales deben aunar esfuerzos en este sentido, y a veces un buen número de ellos lo hacen. “La unión hace la fuerza”. Lógico, razonable. Pero en la práctica no se da una coordinación efectiva, con la autoridad que se requiere, dirigida a detener o racionalizar la deforestación (con fincas de energía, por ejemplo). Porque siempre se tropieza con la misma piedra: la política, amancebada a los intereses de los poderosos. El negocio y los privilegios de clase por encima del interés nacional. Castigando a los pobres campesinos no hacemos sino disimular la basura bajo la alfombra. Ellos cortan los arboles por necesidad de subsistencia; su depredación es el síntoma inequívoco de un drama social.

Hay que cambiar, pues, la estrategia. Comencemos por concienciar a los sectores del país que detentan el verdadero poder. Hagámosles entrar en razón. Habrán de entender que son sus propios hijos y los hijos de sus hijos, los que corren peligro. Por ese camino evitaríamos tanta pérdida de tiempo, tantos discursos inútiles, tantas iniciativas frustradas.

La UCMM tiene el prestigio intelectual, la fuerza moral y las relaciones sociales y políticas suficientes para hacer oír la voz de la sensatez y la justicia en aquellos sectores. La acción conjunta de un buen número de instituciones con esas características podría dar excelentes frutos. ¡A la tarea, pues!

Mientras tanto, no nos permitamos el desánimo. Continuemos sembrando en las áreas adecuadas, para contrarrestar la desertificación del país.

El guayacán que hoy sembramos en este Campus nos recordará siempre su lección: la silenciosa tenacidad dilatada a lo largo de los años va entregando a la luz y a los vientos sus flores azules y sus frutos amarillos. La fuerza de los ideales, inteligentemente dirigida, sufre con el tiempo la metamorfosis esperada: cuaja en realidades concretas llenas de vida y belleza.

FUENTES:
[1] José Ingenieros; El hombre mediocre: Editora Nacional, México, 1974.
[2] Elizabeth Ovalle; Discurso pronunciado en la UCMM el Día del Árbol del año 1981 (4 de Mayo)
[3] Política Forestal, documento del Centro de Estudios Energéticos y Recursos Naturales de la
UCMM, marzo del 1983.
[4] R. Frondizi; ¿Qué son los valores?: Editorial Fondo de Cultura Económica, Breviario 1355,
México, 1962.
[5] A. H. Lioger; Árboles Dominicanos: Academia de Ciencias de la República Dominicana, Santo
Domingo, 1978.
[6] A. B. Cordero, Manual de Medicina Doméstica: Editora Taller, Santo Domingo, 1978.

FRAGMENTOS POÉTICOS
COMPLEMENTARIOS
1) Himno al árbol (Ramón Emilio Jiménez):
Es el árbol feliz un amigo
que nos hace venir a jugar
y nos llama al placer de su abrigo
para hacernos reír y gozar.

Fiel amante de todos los niños,
nos inspira en sus ramas amor,
y nos brinda su tierno cariño
en la esencia sutil de la flor.

Si sentimos amargas congojas,
si el fastidio nos brinda su hiel,
nos da el árbol la paz en sus hojas
y en sus frutos de oro la miel.

En su tronco nos tiende una alfombra
y al amparo feliz de su sombra
respiramos un aire mejor.

No ofendamos su dura corteza,
respetemos su vivo esplendor
porque el árbol nos da su riqueza
en la rama, en el fruto, en la flor.

2) Poema al árbol (Antonio Machado):
Hoy he visto en tus ramas la primera
hoja verde, mojada de rocío,
como un regalo de la primavera,
buen árbol del estío.

y en esa verde punta
que está brotando en ti de no sé dónde,
hay algo que en silencio me pregunta
o silenciosamente me responde.

sí, buen árbol; ya he visto como truecas
el fango en flor, y sé lo que me dices;
ya sé que con tus propias hojas secas
se han nutrido de nuevo tus raíces. (…)
y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde…

2) Defensa del árbol (Nicanor Parra):

(…)
Por qué te entregas a esa piedra
niño de ojos almendrados
con el impuro pensamiento
de derramarla contra el árbol.(…)

El da la fruta deleitosa
Más que la leche, más que el nardo;
Leña de oro en el invierno,
Sombra de plata en el verano
Y, lo que es más que todo junto,
Crea los vientos y los pájaros.
Piénsalo bien y reconoce.
Que no hay amigo como el árbol, (…)

4) Entrada a la madera (Pablo Neruda):

(…)
Caigo en la sombra, en medio
de destruidas cosas,
y miro arañas, y apaciento bosques
de secretas maderas inconclusas,
y ando entre húmedas fibras arrancadas
al vivo ser de substancia y silencio.

Dulce materia, oh rosa de alas secas,
en mi hundimiento tus pétalos subo
con pies pesados de roja fatiga,
y en tu catedral dura me arrodillo
golpeándome los labios con un ángel.

Es que soy yo ante tu color de mundo,
ante tus pálidas espadas muertas,
ante tus corazones reunidos,
ante tu silenciosa multitud.

Soy yo ante tu ola de olores muriendo,
envueltos en otoño y resistencia:
soy yo emprendiendo un viaje funerario
entre tus cicatrices amarillas:
soy yo con mis lamentos sin origen,
sin alimentos, desvelado, solo,
entrando oscurecidos corredores,
llegando a tu materia misteriosa.

Veo moverse tus corrientes secas,
veo crecer manos interrumpidas,
oigo tus vegetales oceánicos
crujir de noche y furia sacudidos,
y siento morir hojas hacia adentro,
incorporando materiales verdes
a tu inmovilidad desamparada.

Poros, vetas, círculos de dulzura,
peso, temperatura silenciosa,
flechas pegadas a tu alma caída,
seres dormidos en tu boca espesa,
polvo de dulce pulpa consumida,
ceniza llena de apagadas almas,
venid a mi, a mi sueño sin medida,
caed en mi alcoba en que la noche cae
y cae sin cesar como agua rota,
y a vuestra vida, a vuestra muerte asidme,
a vuestros materiales sometidos,
a vuestras muertas palomas neutrales,
y hagamos fuego, y silencio, y sonido,
y ardamos, y callemos, y campana. l

Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor”.

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