Carta Pastoral sobre la Misericordia (2 de 3)

A. ConstatacionesV emos esperanzados que el nuestro es un pueblo creyente, alegre, generoso, acogedor, solidario, capaz de generar cualquier iniciativa de ayuda solidaria al prójimo, con una estructura humana y espiritual idónea…

A. Constataciones
V emos esperanzados que el nuestro es un pueblo creyente, alegre, generoso, acogedor, solidario, capaz de generar cualquier iniciativa de ayuda solidaria al prójimo, con una estructura humana y espiritual idónea para hacer el bien y vivir la misericordia.

Pero también constatamos que vivimos en un mundo traspasado por la miseria, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la desatención a los más pobres, la injusticia, donde crece la insensibilidad y aumenta “la amenaza de la globalización de la indiferencia”. Es oportuno recordar que “en el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios,
asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad” frente a los hermanos que viven desamparados. Con frecuencia encontramos gestos de inmisericordia en nuestra sociedad dominicana, por ejemplo, personas insensibles con hermanos accidentados, que en vez de socorrerlos, los despojan de todas sus pertenencias. Curiosamente constatamos todavía que estamos interactuando con los mismos tipos de personas excluidas o necesitadas a las que Jesús hizo referencia en la parábola del juicio final.

Percibimos que vivimos en una época fuertemente condicionada por las políticas del mercado, donde todo es medido y valorado según la utilidad y la rentabilidad, también las personas. Estas, en términos de mercado, valen lo que producen y valen en cuanto son útiles. Esta concepción mercantilista privilegia el hacer, la utilidad y la apariencia sobre el ser. El Papa ha hablado de la “cultura del descarte” haciendo alusión a este vergonzoso fenómeno social. Los “descartados, los que no cuentan” esperan algún gesto de misericordia de nosotros los cristianos.

Vemos con preocupación cómo la corrupción priva a la población de recursos económicos que deberían ser destinados para satisfacer sus necesidades básicas: educación, vivienda, alimentación, salud, seguridad, justicia, salarios dignos. Otro gesto de inmisericordia, que va en detrimento del desarrollo, es el cobro de “peajes” a los inversionistas, que en vez de estimulárseles se les ahuyenta. La corrupción crea una escandalosa situación de inequidad y desigualdad social, ensanchando la brecha entre personas que se han hecho ricas como por arte de magia, sin otra justificación que haber pasado por el tren administrativo público y una gran mayoría de personas honestas que apenas logran sobrevivir con el esfuerzo de toda una vida de trabajo.

Lamentablemente la impunidad y la complicidad han sido los mejores aliados de los corruptos en los sistemas políticos en todo el mundo. La impunidad es la mejor manera de incentivar a los corruptos a apropiarse de los bienes del pueblo y al mismo tiempo una manera de mal educar a las nuevas generaciones. Los empobrecidos, víctimas del sistema corrupto, piden misericordia para que le sea devuelto lo que en justicia les pertenece para vivir con dignidad.

El incumplimiento de la ley: estamos en un país donde no faltan las leyes, pero no siempre son respetadas y aplicadas o se aplican a los ciudadanos de una manera muy selectiva. Un país donde a “todo se le quiere buscar la vuelta” con tal de evadir hacer lo correcto. Las víctimas de las injusticias claman por un trato más justo y misericordioso.

Estamos iniciando el 2016, un año de contienda electoral en el que se elegirán a los servidores públicos a nivel Ejecutivo, Legislativo y Municipal, del país. Nos preguntamos qué podría aportar la virtud de la misericordia en este mundo tan particular.

Los candidatos en sus discursos de campaña hablan habitualmente de cercanía, de escuchar los reclamos del pueblo, de tener en cuenta las necesidades de los pobres, ser su “voz” en las entidades públicas que ocupen. Sin embargo, percibimos la devaluación de la credibilidad en el ejercicio de la política. La gente percibe que la política es un negocio de fácil enriquecimiento para unos pocos que logran escalar a puestos dirigenciales en el tren gubernamental, y no un ejercicio de servicio a la sociedad y al bien común. Los engañados por falsas promesas electorales claman misericordia.

La inseguridad ciudadana y criminalidad: es altamente preocupante el alto nivel de violencia que ha ido permeando todas las esferas sociales de nuestro país, desde la familia con los feminicidios, hasta los secuestros y el sicariato; segar la vida de un ser humano por un simple celular, hasta tener que soportar la vergüenza de presenciar la implicación en no pocos hechos delictivos de miembros de las mismas instituciones encargadas de garantizar el orden público y combatir la violencia, así como de la seguridad ciudadana y nacional. Las víctimas de la violencia, de la inseguridad ciudadana y la criminalidad claman misericordia.

Nos preocupa grandemente la violación del sagrado derecho a la vida desde sus inicios. La vida, ese don supremo de Dios, es amenazada desde el mismo seno materno así como también por el creciente clima de violencia. Las vidas indefensas también claman misericordia.

Nuestra madre tierra también clama misericordia ante las despiadadas agresiones sistemáticas de las mineras, la extracción de arena de los ríos y la deforestación de sus orillas, la reducción a cenizas por manos criminales de muchos de nuestros bosques, la tala indiscriminada de árboles en nuestras reservas naturales con fines comerciales, en fin, por la brutal depredación a que está siendo sometida la madre naturaleza en nuestro frágil ecosistema insular.

Acogemos el llamado sobre el tema migratorio que nos hiciera el Papa Francisco, en nuestra última visita Ad Límina, a tener una atención pastoral caritativa con todos los inmigrantes –en especial a los de la vecina República de Haití-, así como ayudarles a integrarse en la sociedad y darles nuestra acogida en la comunidad eclesial. También asumimos la exhortación a brindar nuestro apoyo “a las autoridades civiles para alcanzar soluciones solidarias a los problemas de quienes son privados de documentos o se les niega sus derechos básicos”.

B. Todo esto nos mueve a la siguiente reflexión:

El panorama que vivimos en la República Dominicana nos abre un horizonte propicio para la práctica de las obras de misericordia. Partiendo de nuestra realidad económica, socio-cultural, política y religiosa, estamos desafiados a dar respuestas a estas realidades desde el principio evangélico de la misericordia al estilo de Jesús de Nazaret.

Da la impresión de que nos hemos inmunizado frente a todos estos males que afectan a nuestra sociedad y al mundo, o que hemos ido perdiendo la capacidad de asombro y de reaccionar acorde con el Evangelio y los más elementales intereses del ser humano.

Estas deshonrosas situaciones nos interpelan y nos llevan a dar una respuesta esperanzadora desde el Evangelio de la misericordia. El Papa Francisco nos recordará que “Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36). En la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 29-37) denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: «lo vio y pasó de largo» (cf. Lc 6,31.32). De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones”[1]. Los gestos y acciones de Jesús misericordioso son el mejor estímulo para ejercitarnos en las obras de misericordia.

Las situaciones antes descritas apelan a nuestra sensibilidad ante el hermano que sufre, ante el “herido a la orilla del camino”, convirtiéndose así en una fuerte invitación de Dios para que respondamos con gestos concretos desde la misericordia y la compasión, testimoniando nuestra fe con gestos más que con hermosos discursos (cf. Santiago 2,14-26).

Nosotros, como pastores, nos encontramos hoy frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo que afectan la vida social y eclesial desde el mismo seno de la familia. Estamos llamados, por lo tanto, a ir no solamente a las periferias geográficas, sino a las periferias existenciales… allí donde está el pecado, el dolor, la enfermedad, el rechazo, la violencia, el engaño y la inequidad que genera división y violencia. Como Iglesia estamos llamados a salir al encuentro de las personas que sufren estas situaciones con una renovada y esperanzadora mirada de misericordia.

Preguntémonos sinceramente: ¿Cómo reaccionaría Jesús ante la realidad que vimos hoy en nuestra sociedad? ¿Cómo respondería ante estas situaciones? ¿Cómo manifestar la misericordia de Dios hoy entre nosotros? ¿Cuáles gestos concretos de misericordia realizar?

Los seguidores de Jesús estamos llamados a actuar como si el mismo Cristo compasivo y misericordioso estuviera en nuestro lugar, encontrando en Él la fuente viva de inspiración y la iluminación para responder a las “miserias” del prójimo lo más apegadamente posible al Evangelio. Para ser hombres y mujeres misericordiosos tenemos que dejarnos tocar primero por la misericordia del Padre, experimentando en carne propia lo que significa ser perdonado. Pues, difícilmente entenderemos y valoraremos lo que no sea asumido desde dentro por nosotros, es decir, lo que no haya sido procesado por nuestra experiencia. Es necesario abrirse a la misericordia de Dios entrando en un proceso de conversión personal.

CONCLUSIÓN

CERTIFICO que he transcrito literalmente en esta segunda parte los #21-39 de la Carta Pastoral sobre la Misericordia de la Conferencia del Episcopado Dominicano.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los doce (12) días del mes de enero del año del Señor dos mil dieciséis (2016).

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