Chinos en el Caribe: El equipaje amarillo en Cuba (y 2)

CREPÚSCULO DE OTOÑO EN LAS MONTAÑAS(Wang Wei, 701-762) En las vacías montañas luego de la lluvia nuevaLa tarde es fresca. Pronto será Otoño.La brillante luna resplandece entre los pinos.El arroyo de cristal…

CREPÚSCULO DE OTOÑO EN LAS MONTAÑAS

(Wang Wei, 701-762)

En las vacías montañas luego de la lluvia nueva
La tarde es fresca. Pronto será Otoño.
La brillante luna resplandece entre los pinos.
El arroyo de cristal fluye sobre los guijarros.
Muchachas regresando a casa de lavar en el río
Susurrando a través del bosquecillo de bambú.
Las hojas de loto bailan detrás del bote del pescador.
Los perfumes de la Primavera han desaparecido
Pero mis visitantes los recordarán por largo rato.

Cuando escribí la primera parte de este artículo, no recordé que el jueves 17 haríamos la apertura de la Cátedra de Estudios Caribeños “Frank Moya Pons”, y que era justo que escribiera sobre un acontecimiento tan importante para el centro que dirijo, para la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y para el país. Como se dijo esa mágica mañana, somos desconocedores de la realidad caribeña, a pesar de que nuestra isla está sumergida en el centro del mar Caribe.

Hoy volvemos a retomar nuestro tema de analizar los chinos en el Caribe, un abordaje que me interesa mucho, por razones más que obvias. El espacio no me permitirá abundar sobre la novela. El equipaje amarillo de la novelista y periodista Marta Rojas, contrasta a lo largo de sus páginas cuán diferente era la cultura de los nuevos visitantes, y cómo su expresión cultural, el silencio expreso o por desconocimiento del lenguaje. Los chinos irrumpieron en Cuba, especialmente en La Habana, y al principio no se integraron, sino que se mantuvieron ensimismados en su propia comunidad. Rojas aprendió y estudió mucho el comportamiento de los chinos, y esto se refleja con creces a lo largo de esta interesante novela. Sus descripciones parecen fotografías en palabras:

El amarillo, sentado en cuclillas próximo a él, observaba el trasiego, mientras con frecuencia inhalaba de una pipa de bambú su acostumbrada porción de opio. Le resultaba inusual la soltura y la concomitancia de los negros de este lugar. Los comparaba con los de la misma pinta que dependían de los ingleses en Hong Kong, y advertía notables diferencias. Aquellos eran negros estilizados e incluso flemáticos, que, de cierta forma, se asemejaban a sus amos hasta en el modo de vestir, mientras que en este sitio, en cuanto al vestido, los negros andaban de calzón recortado y casi todos descalzos…

Detrás de Fan N, igualmente en cuclillas, había una novena de amarillos, vestidos de manera algo parecida a la de él, con pijamas de seda color azul celeste, con las cejas afeitadas y tan jóvenes como púberes. Llevaban el pelo largo y trenzado, lo que no era sorpresa para los curiosos, porque en la ciudad había otros amarillos con trenzas largas… Traían las trenzas adornadas con cintas de colores y las uñas pulidas, largas y curvas. Al menos tres de ellos llevaban las trenzas enrolladas en lo alto de la cabeza, sujetas con largos ganchillos de jade carmesí. (pp. 17-18)

El contraste-choque cultural está presente a lo largo de todas las páginas. La Habana de la época era permanentemente comparada con el entorno que traían en sus memorias.
Las pequeñas casas caribeñas con techo de dos aguas que no se parecían en nada a las construcciones de China:

El amarillo principal, Fan Ni, ya había guardado la pipa. Era un día soleado y usó una de sus manos como visera para mirar a lo alto. Para él, los techos que veía a su alrededor eran chatos, apenas de dos aguas, y las casas bajas, nada monumentales en comparación con los grandiosos palacios imperiales de madera que se levantaban en la Ciudad Prohibida de Pekín, en cuyos cuatro ángulos se alzaban atalayas con techos dorados, esmaltados, aleros dobles y barandas de mármol blanco. Su patrón le había dicho que llegarían a una de las ciudades más ricas del otro lado del mar, como si nunca hubiera visto, ni en pintura, la Ciudad Prohibida. Era ignorante su patrón en materia de ciudades. (p. 18).

El patrón de Fan Ni sabía que estaba comparando, aunque no pronunciara ni una palabra. Le decía claramente que la luz del Caribe era diferente a Callao, donde tomaron el primer barco.

No hay espacio para hacer un análisis del argumento de la novela. No es tampoco el objeto de este artículo. Los personajes de la obra, Nicolás Tanco y Fan Ni, para mencionar algunos, tuvieron que aprender a callar, adaptarse a un medio adverso que era diferente en todos los sentidos a su China natal. Vivieron por donde sus amos lo llevaron y dirigieron sus destinos. Algunos de los chinos que llegaron a La Habana siguieron su periplo por América, algunos llegaron hasta el cono sur. Buscaban mejor vida. Nicolás Tanco, buscando nuevas aventuras, salió de Cuba, atravesó de nuevo el mar, caminó por nuevas tierras y llegó hasta el Perú, allí vivió y allí murió.

Pues a Tanco mi paisano
Que también a China fue,
Y trajo mil zarandaos
Y ganó mucho parnés
En Bogotá le llamaban
Algunos años después
Don Nicolás Tan-co Chino
Que es un percance cruel.

Con esta novela Marta Rojas narra de manera magistral cómo se inició en el siglo XIX la migración china a América. ¿Por dónde comenzó? Eso no está definido. Algunos plantean que se inició en el Caribe, y otros que fue desde el inicio de los tiempos, a través de Alaska, que llegaron en masas para desde allí llegar a todo el continente. Esos millones de seres fueron los primeros habitantes del continente. Ahora bien, como grupo social ajeno a la cultura existente impuesta por la lógica imperial que se distribuía el mundo, los chinos, o mejor dicho, la nueva migración china, llegó en calidad de trabajadores casi esclavos para sustituir la mano de obra negra y trabajar en las plantaciones azucareras. Llegaron a Cuba, a Puerto Rico, a República Dominicana y desde ahí, muchos zaparon nuevamente hasta poblar muchos países de América Latina. Lo cierto es que la cultura china se ha integró al Caribe de manera tan intrincada como sorprendente. 

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