Como el diablo a la cruz

Gracias al sacrificio de muchos hombres y mujeres luchadores que supieron entregar todo por la patria, hoy día vivimos en democracia en nuestro país.

Gracias al sacrificio de muchos hombres y mujeres luchadores que supieron entregar todo por la patria, hoy día vivimos en democracia en nuestro país. Sin embargo, como las nuevas generaciones no hemos sufrido el horror de la dictadura, a veces no podemos dimensionar la inmensidad de este logro, insatisfechos como estamos con el imperfecto sistema que tenemos.

Hemos caído en la peor de las trampas, en dejar que los políticos decidan totalmente nuestro destino y muevan las instituciones y la población como simples marionetas al compás de sus deseos, permitiéndoles incluso convertirse no solo en verdugos de las ideas sino en secuestradores de nuestros sueños y dueños de nuestros espacios.

Nos hemos conformado con una caricatura de democracia que existe porque está en el papel de nuestra Constitución y de nuestras excesivas leyes, tolerando que los políticos se hayan apropiado de las instituciones y que operen bajo un secreto pacto de complicidad para la impunidad. Paradójicamente mientras más han proclamado nuestros líderes que avanzamos institucionalmente, creando organismos que se convierten en malas copias de los existentes en países verdaderamente democráticos, más ha perdido nuestra frágil democracia que vive bajo una falsa división de tres poderes del Estado y con una ausencia total de balances y contrapesos.

La ciudadanía apenas advierte que es presa de la cotidianidad, del tema de la semana con que los actores del teatro político nos entretienen y desgastan, haciéndonos perder de vista el problema fundamental: que el pueblo ha perdido su principalía, esencia de todo sistema democrático.

Por eso no podemos permitir que nuevamente la reelección esté en el afiche central de la temporada y que la atención pública se concentre en lograr los amarres para nuevamente modificar la Constitución para lo que siempre se ha hecho, en vez de que se debata el grave peligro que representa la concentración de poderes y la falta de contrapesos y de opciones para la alternancia.

Debemos forzar que el debate se centre en lo verdaderamente importante para nuestro presente y vital para nuestro futuro, romper la zona de confort en que se encuentra el partido oficial comiendo con su dama en el ajedrez político, manteniendo el control de sus opositores a través del manejo absoluto que posee de las instituciones y saciando el apetito voraz de buena parte del liderazgo político, asegurando así que la pluralidad de partidos solo sirva para repartir el botín y no cause los naturales enojos de una oposición.

Lamentablemente nuestros líderes han demostrado que no les interesa ni el equilibrio democrático, ni la participación de todos los sectores ni mucho menos que las instituciones funcionen para supervisarlos ni controlarlos. Su interés es buscar el poder, retenerlo o seguir disfrutando de sus mieles. Por eso no han querido aprobar una ley de partidos políticos, pues huyen como el diablo a la cruz de toda supervisión y sanción que pueda complicar la fórmula “perfecta” que han conseguido de ser dueños del dinero, del poder y de las instituciones, destruyendo todo conato de participación de la sociedad, aunque a mediano o largo plazo terminen socavando completamente el sistema democrático y por ende con ellos mismos. Y eso es precisamente lo que no podemos permitir que suceda.

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