Confianza, virtud que engrandece

Se dice que sin confianza no hay acuerdo posible, sin confianza no hay respeto y no hay crecimiento. La desconfianza produce desgaste, la desconfianza desmotiva, crea distancia entre las personas, crea -dentro del ser humano- muchos escudos, protecciones

Se dice que sin confianza no hay acuerdo posible, sin confianza no hay respeto y no hay crecimiento. La desconfianza produce desgaste, la desconfianza desmotiva, crea distancia entre las personas, crea -dentro del ser humano- muchos escudos, protecciones y caretas que son difíciles de derribar. Al respecto, el portal eticaysociedad.teologiaysociedad.com, dice que para confiar en otra persona hace falta primero tener un conocimiento. Cuanto más se conoce, más confianza hay en una relación. Donde hay confianza se da una comunicación enriquecedora. De aquí que en las relaciones es muy importante cuidar mucho la confianza. Ésta siempre se tiene que basar en la libertad. La verdadera confianza existe cuando hay madurez en las relaciones humanas.

Implica estabilidad, respeto, amor. Quien confía en otra persona la hace crecer y contribuye a su felicidad. La confianza, desde un punto de vista cristiano, se fundamenta en el amor. Es el convencimiento que alcanzamos sobre nuestras propias capacidades y cualidades. Se asienta en nosotros a medida que constatamos nuestra aptitud en las tareas que realizamos y al tiempo que logramos la habilidad para mantener relaciones de calidad con los demás. Es, por tanto, un sentimiento que se genera en nuestro interior y de cuyo desarrollo somos responsables.

En la infancia necesitamos que el entorno, y en especial el padre y la madre, aporten seguridad, atención y nos haga sabernos queridos. Más tarde, y a lo largo de toda la vida, aunque sigamos necesitando ser escuchados, respetados, valorados, y queramos saber y sentir que se cree en nosotros y en nuestras capacidades, debemos tener presente que la confianza hemos de trabajarla personalmente. Para ello debemos actuar y formalizar relaciones bajo la premisa de tener paciencia, darnos tiempo, cuidar las formas y no olvidar, evaluar y valorar cada una de nuestras acciones, no con el propósito de juzgarlas, sino con el fin de constatar nuestras capacidades y conocer nuestras limitaciones.

Desarrolla esta virtud en los niños

La confianza es algo que se construye desde el momento en que se nace. El hecho de que el bebé sea cuidado y atendido de una manera amorosa y consistente hace que se desarrolle una confianza única en el amor que se va desarrollando, primero con la madre y después se extiende al padre. Otras personas de la familia, poco a poco, se vuelven merecedoras del afecto de ese niño, más que nada porque se crea un ambiente de confianza y seguridad. El niño entiende claramente que puede contar con sus padres, pues ellos, a través del tiempo, permanecen ahí siempre dispuestos a ayudar en los momentos importantes de la vida. Para mantener la confianza, además de la “permanencia del objeto” como decía Freud, también hay variables como la honestidad, el respeto, la coherencia y el amor. Un niño que se siente apreciado y querido va a ser un niño que desarrolle no sólo confianza en sus cuidadores sino que además va a tener confianza en sí mismo y en sus habilidades. Sus padres, a través del tiempo, le van mostrando que creen en él y que estarán ahí para validar sus percepciones y sentimientos siempre que sea necesario.

No se debe quebrantar

De acuerdo con la sicóloga María del Carmen Contreras, desafortunadamente en este mundo rápido y confuso, los mensajes de confianza no llegan claramente.

Los padres no pueden cumplir lo prometido, tienen conductas erráticas, las cuales vuelven al niño desconfiado y temeroso. Las rutinas, parte necesaria de la disciplina, no se cumplen. Lo mismo pasa con los límites, y el niño se confunde y no sabe bien qué pensar: “¿Será que mi papá sí va a llegar a comer hoy?” “¿Será que mi mamá sí se acordó del suéter que necesito para mañana?”. Todas estas interrogantes disminuyen la confianza, elemento esencial del amor y la tranquilidad que deben existir en una relación estable y sana.

A medida que crecemos necesitamos mensajes claros y consistentes de afecto. Esto tiene que venir acompañado de hechos que respalden este afecto. Un ambiente de confianza y seguridad es aquel donde los hijos no son juzgados constantemente sino, por el contrario, son escuchados y se practica una disciplina protectora y no persecutoria. El niño sabe, entonces, que habrá consecuencias negativas cuando hace algo malo o deje de cumplir, pero que habrá algo positivo cuando se esmere y tenga éxitos o logros. Para incentivar la autoconfianza, los padres deben estar listos para elogiar, no sólo estar ahí para castigar. Es necesario poder confiar en nuestros padres y que ellos se ganen la credibilidad de los hijos, pues esta confianza también la extendemos al mundo que nos rodea. Un niño que ha crecido sin confianza en sus padres no sólo no tendrá confianza en sí mismo, sino tampoco la tendrá en los demás. Es necesario que nuestros hijos crean en sí mismos y en sus familias.

El valor de la confianza en nosotros mismos

Para poder sentir que los otros creen en nosotros hemos de ser nosotros los primeros en sabernos válidos. Es imposible creer que los demás confían en nosotros si nosotros mismos no lo hacemos, pues la confianza nunca viene dada de fuera. Si no hay equilibrio interno pensaremos que el apoyo, el aplauso o la admiración se nos ofrecen para animarnos, por guardar las formas o, en la mayoría de las ocasiones, porque no nos conocen realmente y se quedan en la imagen que les estamos proyectando, es decir, creemos que les estamos engañando.

Esto deviene porque hacemos las tareas con la vista puesta en los demás, esperando su aprobación y beneplácito, sin un convencimiento interior. Al carecer de una guía personal que nos oriente en la consecución de nuestra meta o del proyecto de nuestra vida, el esfuerzo que debemos realizar es mucho mayor, y lejos de potenciar nuestras habilidades, debilita y destruye la confianza en nosotros mismos, y con ello la autoestima. ¿Por qué? Para contar con una buena autoestima debemos estar convencidos de que somos aptos para la vida que hemos elegido llevar.

Quien no goza de confianza en sí mismo, posterga las decisiones, da largas a los asuntos pendientes, va dejando cosas sin hacer por el camino y mantiene una actitud de parálisis. Con todo esto, no consigue sino certificar que ciertamente es una persona en quien no se puede confiar.

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