Desde la década de los noventa del siglo XX en donde se instaura el concepto de globalización de forma definitiva y sin posibilidad de vuelta atrás, se enfocan conceptos hoy día esenciales a la comprensión del hemisferio y de la humanidad: diversidad cultural, cultura y desarrollo, cultura de paz, industrias culturales y/o creativas.
El Informe de la Unesco, Nuestra Diversidad Creativa (1996), presidido por Pérez de Cuéllar, marca un hito al analizar y documentar estrategias de desarrollo que respeten la cultura como ente cohesionador y propiciador de valores.
La democratización de la cultura no es más que el derecho a participar libremente en la cultura, y el derecho al libre acceso a la cultura. Este propiciamiento al fortalecimiento de la cultura es entendido como una dinamo para el desarrollo humano, para el desarrollo social y para el desarrollo económico.
La democratización de la cultura es un proceso de accesibilidad a los bienes culturales que el ente humano crea tales como: cine, libros, música. La posibilidad de generar el acceso a las expresiones y manifestaciones culturales, que si bien surgen de las entrañas y tradiciones del pueblo, las políticas públicas han de crear los espacios para que las mismas se expresen como memoria viva que enriquecen las nuevas generaciones y que no perezcan asfixiadas por el olvido y la desidia de políticas insensibles a las herencias de símbolos y signos que dibujan las identidad de los pueblos.
La democratización de la cultura es un Derecho Cultural (Declaración de Friburgo), que requiere de políticas públicas con voluntad y rutas programáticas de acciones, para que la cultura sea un ente vivo.
El conocimiento de los saberes tradicionales, y el empoderamiento de las creaciones culturales hacen sustentable la permanencia cambiante de una cultura viva.
