Dilemas de un político

El político que se respeta tiene dilemas morales, o al menos forzadas inquietudes que lo atormentan, le quitan el sueño y le provocan…

El político que se respeta tiene dilemas morales, o al menos forzadas inquietudes que lo atormentan, le quitan el sueño y le provocan un desencanto tal que en no pocas ocasiones piensa dejar todo atrás y dedicarse a la vida privada, rodeado de sus seres queridos, yendo de la casa al trabajo, sin nada que lo perturbe, salvo conseguir lo básico para vivir. En nuestra cotidianidad política, mientras más se quiere hacer lo correcto, más se padece.

¿Qué hago aquí? ¿Qué necesidad hay de aguantar todo esto? ¿Cuánta gente ambiciosa debo tratar? ¿Por qué tantos sólo piensan en sí mismos? Estas son de las preguntas que se hace, recurriendo a la filosofía y a los principios para buscar respuestas que justifiquen su presencia en el escenario.

Entonces concluye que lo único que lo mantiene en pie y animado es su vocación de servicio, asumiendo una deuda con la sociedad. Por ello se empeña en dejar huellas positivas en su camino, que en el fondo y en la superficie es cumplir su deber y ser útil a los demás.

El político honesto en ocasiones no es bien visto por algunos propios y por muchos extraños. Es como si fuera “un mal ejemplo”. Parece que en nuestra política para llegar y para mantenerse el mayor tiempo posible, hay que pecar por comisión o por omisión. O se recurre a lo indebido o se permiten pasar ciertas irregularidades.

En ocasiones, quien se decide por la vida pública, para apaciguar su conciencia y no pecar de suicida político, maneja circunstancialmente unos casos con más cuidado que otros, que la imparcialidad total no existe en este espinoso campo, y creer lo contrario es una ingenuidad de marca mayor, que apenas pregonan los ilusos o los que quieren pescar en río revuelto.

La política se nutre de realidades. Es función del político noble y a la vez sensato evitar que otros le marquen el paso, aunque seguir la corriente lo convierta en héroe temporal. Todo en su momento. Hay que ser cuidadoso y esperar el instante oportuno para actuar, que una decisión tomada a destiempo es lo mismo que equivocarse y, en consecuencia, le hace más daño que bien a las causas que enarbola.

Si no entendemos las debilidades humanas, con sus luces y sus sombras, con sus caprichos y necedades, sufriremos mucho en el difícil arte de hacer política con serio criterio.

Al que sólo aspira a beneficios individuales, al que carece del sentido del deber y al que le es indiferente que su nombre sea recordado para bien, todo esto le importa un comino, y meditar sobre ello lo considera la más graciosa pérdida de tiempo.

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