Introducción:

En mi primera entrega dije que había prometido poner por escrito y publicar mi Homilía con ocasión del Tedeum por el 199 Aniversario del natalicio de Juan Pablo Duarte, padre de la Patria, en Santiago de los Caballeros. 

Está centrada en “Duarte como sal y luz”. Son los dos puntos centrales. Los preceden dos reflexiones. Una sobre mi relación personal con la celebración del natalicio de Duarte el 26 de enero y otra sobre el tema de retornar a la práctica de que el feriado de este día sea inamovible, que se mantenga el mismo 26 y no se traslade a otro día.

En mi primera entrega ofrecí el tema de Duarte como sal. En esta segunda hablaremos sobre Duarte como luz y sobre la permanencia del feriado el mismo día de su fiesta de nacimiento.

3. Duarte: luz

Jesús nos dice también “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14), lo que es lo mismo: “Ustedes son la luz de la humanidad”. Y así como lo hicimos con el simbolismo de la sal, podemos también aplicar a Duarte el simbolismo de la luz: ¡Duarte es luz! Duarte es luz que ilumina la República Dominicana. Una luz que nació en el año 1813, una luz que brilló en su época. A este propósito podemos preguntarnos: ¿Cómo iluminó Duarte? Sencillamente, Duarte iluminó con sus palabras, pero también con sus hechos, porque él fue consecuente con ellos. Fue firme hasta el final. Sabemos que Duarte tuvo que enfrentar muchas situaciones adversas.

A veces Duarte sintió la tentación de abandonar sus proyectos, de dejar su lucha y, sin embargo, perseveró, y lo hizo porque fue luz. Al igual que Duarte, también muchos hombres han sido luz. Sin embargo, esa luz quedó opacada: ¡Dejaron de ser luz! Pensemos por ejemplo en el general Pedro Santana. Él es un héroe nacional y por ello sus restos se encuentran en el Panteón Nacional. Nadie discute que él ayudó al proceso de liberación de nuestro país. Sin embargo, Santana perdió la fe en el País.

Cuando se vio apretado y creía que no podíamos salir adelante pidió la anexión a España. Y lo hizo porque ante el miedo de una nueva invasión haitiana, le faltó la fe en el pueblo dominicano. A nosotros también nos pasa muchas veces lo mismo: ¿Cuántas veces se oye a los dominicanos decir “este país no va para ninguna parte”, “esto no sirve”? Es como si nosotros no tuviéramos sal, no tuviéramos luz. Eso fue lo que le pasó a Santana: fue un héroe, pero perdió la fe.

Nosotros tenemos que creer en este país. Nosotros tenemos que tener fe en este país. Duarte la tuvo hasta el final, y a pesar de que sus propios conciudadanos lo hicieron sufrir hasta el punto de condenarlo al destierro, nunca maldijo este país ni dijo “estos dominicanos no sirven”, “esto no va para ninguna parte”. Cuando uno de nosotros dice eso, estamos negando nuestra identidad. No estamos siendo luz para los dominicanos.

Estamos siendo tinieblas, estamos siendo oscuridad. Frente al problema de la invasión haitiana, Duarte asumió una actitud positiva. Él reconoció el problema y tuvo la fe en que los dominicanos podíamos salir hacia adelante. No dijo “esto no sirve”, “esto no hay quien lo arregle”, “nadie nos liberará de Haití”. Y nosotros hoy, ante la situación que vive nuestro país, tenemos que asumir la actitud de Duarte.

Es cierto, sí, que tenemos problemas; es cierto, sí, que hay corrupción, pero tenemos fe en que saldremos hacia adelante: ¡Eso es ser luz de la humanidad! Duarte sigue siendo luz para nosotros. Y aunque haya muchos dominicanos que sean tinieblas por su conducta y por sus obras, Duarte sigue siendo una antorcha en medio de la Isla, en medio del país. Por eso estamos aquí, porque él sigue siendo sal y luz.

Les invito a que nosotros sigamos siempre viendo a Duarte como luz: luz que nos sigue iluminando. Y si en algún momento alguno de nosotros ha sido tinieblas, ha sido negativo, ha perdido la fe en nuestro país, entonces, que se recupere, que vuelva a ser luz. Porque también Duarte, en un momento de su vida, pasó por esa situación. Cuando era joven él se había acomodado al sistema, hasta que alguien le dijo “Tú no debes llamarte dominicano”. Y  recapacitó  y abrió los ojos. Fue, entonces, cuando se convirtió en el patriota que todos conocemos. Toca, pues, a nosotros, decidir si permanecemos en las tinieblas o si, por el contrario, queremos ser luz.

4. Que sea fiesta inamovible

Quisiera concluir con un tercer punto. Las autoridades de esta provincia se han preocupado de preparar debidamente esta fiesta de Duarte. El verles a ustedes aquí reunidos para celebrar el Día de Duarte me llena de entusiasmo. Hay en la conciencia nacional la idea de que este día debe ser inamovible. Está en manos de nuestras cámaras legislativas el proyecto de ley de que este día debe ser inamovible, al igual que el 6 de enero. Al verles a ustedes que están celebrando hoy esta fiesta de Duarte, porque saben el valor que tiene, yo quiero volver a proclamar públicamente mi apoyo a todos los dominicanos que quieren que el 26 de enero sea un día inamovible. Y quiero de nuevo decir a las Cámaras que sigan impulsando ese proyecto, que lo lleven a cabo. Y lo repito: le pido a Dios y a las Cámaras que nos den el regalo de que el año próximo, cuando se conmemorará el bicentenario del natalicio de Juan Pablo Duarte, el feriado del día 26 de enero sea inamovible ¡Que no tengamos que volver a repetir esta frase! Yo siempre he celebrado el Día de Duarte, pero quisiera celebrarlo como un día inamovible y festivo en el que toda la población pueda celebrar la fiesta de su Fundador. Hoy, por ejemplo, nosotros estamos aquí celebrando este Tedeum, pero cuántos estudiantes no han podido celebrar hoy el Día de Duarte porque están en las aulas. El día de hoy pasará desapercibido para la mayoría de los dominicanos, porque es un día de trabajo más. Nosotros estamos aquí, pero el resto del pueblo dominicano está fuera, trabajando. Nosotros le hemos dedicado en esta mañana un hermoso acto a Duarte, pero el lunes próximo nosotros no vamos a tener trabajo. Quizás alguno diga: “Ah bueno, es un día de vacaciones”. Pero eso no nos conviene. Hoy en la Catedral de Santo Domingo, se tiene una celebración similar a esta, y a ella asiste el vicepresidente de la República acompañado de las autoridades; en San Francisco de Macorís, cabeza de la provincia Duarte, estará el Presidente de la República y habrá una gran movilización. Pero los demás dominicanos tienen que quedarse en sus lugares de trabajo o estudio. Por eso, permítanme repetir: Queremos darle el sentido de fiesta a esta celebración del Día de Duarte.  Al pedir esto pienso, sobre todo, en los jóvenes. La celebración del Día de Duarte marca a la juventud, como me marcó a mí, como ha marcado a tantos  jóvenes, transmitiéndoles los valores humanos, morales y cristianos que vivió Duarte. Estamos hablando de que necesitamos valores. La crisis que vive nuestra sociedad hoy día es una crisis de valores, una crisis ética. La celebración del Día de Duarte nos ayuda a recuperar estos valores, pero tiene que ser un día inamovible, que no se cambie.

Yo quiero agradecer a las autoridades de Santiago por esta hermosa celebración de hoy. Santiago lo ha hecho bien, pero Santiago grita y pide como la mayoría de la población dominicana que nuestras Cámaras lleven a efecto lo que tienen en sus manos: que el Día de Duarte sea inamovible. Que el 26 de enero de cada año brille la luz de Duarte entre nosotros y que esa sal que infundió en Duarte la confianza en el pueblo dominicano, nos ayude a vivir los valores más nobles y altos. Nosotros somos un pueblo noble, pero a veces alguno de los nuestros se corrompe y se vuelve oscuridad.

¡Gracias, Señor, porque nos diste a Duarte, que supo vivir los valores humanos, cristianos y morales, y fue sal y luz  de este nuestro amado País!

CONCLUSIÓN:

CERTIFICO que, para mi homilía del 26 de enero 2012, me basé como otras veces, en un esquema previamente preparado, que la transcripción por escrito de la misma la agradezco al padre Carlos Santana, Responsable de la Oficina Arquidiocesana de Ceremonias del Arzobispo Metropolitano (OCLAM) y que dicha transcripción responde fielmente al texto verbal.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, el quince de febrero del año del Señor dos mil doce.

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