Dubitaciones históricas III

En un comentario que parece chisme más que apreciación objetiva, el digital “Provincias Dominicanas”, en “Hernán Cortés de Azua”, cita de José Luis Olazola, sobre Cortés a su arribo a la Española: “Se registró en el municipio de…

En un comentario que parece chisme más que apreciación objetiva, el digital “Provincias Dominicanas”, en “Hernán Cortés de Azua”, cita de José Luis Olazola, sobre Cortés a su arribo a la Española: “Se registró en el municipio de Santo Domingo como natural de Medellín, nacido en el 1485, hijo de Martín Cortés y de Catalina Pizarro. El secretario del gobernador de la isla que se dedicaba a la usura, le tuvo que hacer un préstamo porque venía con lo puesto. Después se supo que también traía un bulto con varios libros de leyes y uno de gramática… De ahí nació la leyenda de que era bachiller por Salamanca, cuando en realidad apenas estuvo en la universidad dos años y sus estudios terminaron… por su afición al juego y a las mujeres… Sin embargo, durante toda su vida habría de conservar pretensiones de gramático, complaciéndose en corregir todos los documentos que le presentaban a la firma los escribanos. En cuanto a las pocas leyes que aprendió, se las ingeniaba para manejarlas con gran provecho”.

Debió ser Cortés personaje extraordinario, o el escritor envidioso para expresar tan cargada emoción sobre un obvio triunfador, que aunque procura degradarlo, muestra a un Cortés inteligente, diligente y asistente, para quien el orden legal importaba. Muestra la preocupación del conquistador sobre la buena escritura. Esta disposición exhibida en Azua es congruente con su decisión de ser personalmente escritor de las relaciones sobre la conquista de México a Carlos V, así como de la orden emitida a sus capitanes para que fueran ellos relatores de los eventos que a él se le comunicaban.

Tuvo Cortés durante su gestión gubernativa, suficiente tacto como para lograr aceptación de la sociedad indígena. Dice Félix Hinz (http://www.motecuhzoma.de/neuspanien.html): “Los indios que servían en encomiendas tenían que trabajar para sus encomenderos en forma reglamentada por Cortés… De manera general, el dueño estaba obligado a tratar bien a los indios y mostrarles los principios de la fe católica, podía hacer con ellos faena (pero no con niños y mujeres) durante veinte días (con una interrupción de treinta días) y les daba una cantidad determinada de alimentos y vigilar que hicieran oraciones cristianas regularmente y les pagaba cada año medio peso de oro… (sic)”.

Adicionalmente, Cortés implantó un plan misionero centrado en la adoctrinación de los vástagos de la aristocracia indiana a cargo de un monasterio, cuando fuese posible, cuyo propósito primario parece haber sido la retención de posibles rehenes. Pero tal programa produjo verdaderos adictos a la nueva religión, así como nuevos mandatarios indianos sumisos al poder del dios representado por los conquistadores.

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