La gracia de la ignorancia

Es normal que en determinadas circunstancias nos comportemos como ignorantes pasivos, donde nuestra incompetencia no le hace daño a nadie.

Es normal que en determinadas circunstancias nos comportemos como ignorantes pasivos, donde nuestra incompetencia no le hace daño a nadie. Lo que debemos evitar es ser ignorantes activos, esos que según leí por ahí, no saben lo que debieran saber, saben mal lo que saben y saben lo que no debieran saber.

En ciertos momentos ser ilustrado puede ser un martirio, con el agravante de que en ocasiones el dolor del versado contagia a los legos, empeorando el caso si la emprende contra ellos.

Por más humilde que usted sea, si está rodeado de desorientados en una reunión, donde analizan un tema que usted domina, de seguro le saldrán chispas por la cabeza al escuchar al vulgo. Ese es su problema, no el de los demás, adáptese,  quédese tranquilito y calladito aguantando sus piques y no ose dizque enseñar al resto lo que usted conoce, ni dar explicaciones, y mucho menos salir con estadísticas, porque de hacerlo lo mirarán mal y luego, cada uno, en su íntima convicción, lo declarará persona no grata por estar privando en culto.

Hace años fui con una amiga violinista a un concierto. Yo estaba emocionado, aplaudiendo sin cesar a los artistas. ¡Qué excelente interpretación! le expresé feliz a mi compañera. “Pedro -me dijo- se nota que tú no sabes ni pío de música; esa orquesta está desafinando y cada integrante anda por su cuenta; ya no aguanto más”.

Sus palabras me hicieron tragar en seco. A partir de ese instante me detuve a escuchar los sonidos, y, por arte de magia, también me percaté -¡ay Santísimo, oigan esto!- de que la banda era mediocre, que una guitarra iba por aquí y el piano por allá, yo, precisamente yo, que ni idea tengo de lo que es un acorde; y así, la noche estrellada se me apagó. ¿Qué necesidad tenía ella de matar mi gusto? Su actitud fue injusta y egoísta.

Otro episodio me ocurrió en una exposición de pinturas. En mi grupo se encontraba un docto del pincel. Nos detuvimos, por curiosidad, frente a un cuadro surrealista, con extraños símbolos y figuras marcianas.

No entendíamos ni pipa lo que significaba. Justo cuando nos íbamos, el pintor, calmadamente, empezó a descifrarnos aquello, y mencionaba algo como cubismo, técnicas oníricas, iconografías o formas biomorfas, y luego, con gesto intelectual, nos enredó con Miró, Picasso y Dalí. Fue un desastre. Por esa noche, de verdad, no queríamos ver al genio ni en pintura.

Valoremos la ignorancia de vez en cuando, pues es liberadora, y permite que uno se exprese sin limitaciones, inocente, silvestre y hasta salvaje. Y huyamos de los sabios imprudentes, pues son unos necios que  nos amargan la vida.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas