Homilía de Corpus Christi (1 de 2)

Introducción:A solicitud de muchos entrego por escrito el texto de mi Homilía en la Fiesta del Corpus Christi 2011, pronunciada en el Estadio Cibao. Dada su extensión debo dividirla en dos entregas, pero, si se mira bien, cada una se sostiene por sí m

Introducción:
A solicitud de muchos entrego por escrito el texto de mi Homilía en la Fiesta del Corpus Christi 2011, pronunciada en el Estadio Cibao. Dada su extensión debo dividirla en dos entregas, pero, si se mira bien, cada una se sostiene por sí misma, aunque es claro que la visión completa  la da el texto íntegro.

Agradezco al padre Carlos Santana la transcripción del “lenguaje verbal” al “lenguaje escrito”.

1.
En mi homilía del día de hoy quiero referirme a las siguientes realidades: mesa, altar, sagrario y cruz, así como a tres palabras claves: pan, carne y vida. Estas tres palabras quieren ser el contenido de esta homilía. El lema que tenemos para este mes a nivel nacional y con el que ha comenzado la lectura del Evangelio que hemos proclamado es el tema de esta homilía: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51), “Yo soy carne”.

Yo les quiero invitar a ustedes a que viendo a Jesucristo dirijan una mirada a María, el primer altar donde estuvo depositado Cristo Jesús, la primera mesa, el primer sagrario. María guardó la vida de Jesús, pan de vida, carne viva en el vientre de María ¡María, te damos un aplauso porque tú supiste guardar al Pan vivo del cielo, conservaste la vida, fuiste el primer altar!

2.
Fijemos ahora nuestra atención en Belén: en Belén tenemos un pesebre, cubierto de hierba. Y ese fue el primer altar en el que fue depositado Cristo Jesús. Ese pesebre estaba colocado allí para que comieran los animales, para que el buey y el asno comieran la hierba. Y esos animales nos representaban a nosotros.

Ellos no podían comerse a Cristo y Cristo se hizo pan con nosotros y fue colocado en un pesebre en Belén. Belén significa “casa del pan” ¡Qué profundidad hay en Belén! ¡Qué profundidad hay en el pesebre! ¡Qué profundidad hay en la hierba! Y Cristo se hace hierba para que nosotros, que somos todos medio animales, lo podamos comer: a Cristo Jesús, en el pesebre, Pan de vida, en Belén, casa del pan, Pan vivo bajado del cielo, el Niño nacido en Belén por nosotros.

3. Del pesebre pasamos al cenáculo, la primera cena. Todavía está el cenáculo en Jerusalén, y allí celebramos a veces la Eucaristía cuando las autoridades judías lo permiten ¡Cena del Señor! El Señor tomó pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” y ahora nos viene dicho en el capítulo 6 de San Juan: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo… El que coma mi carne y beba mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,51.54) Y la gente se preguntaba ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Y fue el primer grupo que se separó de Jesús. No entendieron la Eucaristía. Hay gente que todavía hoy no entiende la Eucaristía, que se separa de Cristo. Pero nosotros entendemos que Cristo Jesús en la última cena, con la fuerza del Espíritu Santo, hizo algo maravilloso: darnos su pan y darnos su cuerpo.

En la última cena, en el cenáculo, Cristo nos dijo también: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). El cenáculo es altar de Cristo Jesús ¡Cristo Jesús, tú estás en el cielo, pero nos dejaste el signo de tu presencia en tu Cuerpo y tu Sangre! Queremos todos volver al cenáculo. Más aún, este es el gran cenáculo. Este es el cenáculo, porque tú dijiste que ya no solamente en Jerusalén se adoraría tu nombre, que ya no solamente Jerusalén sería el cenáculo, sino que hoy el mundo entero es cenáculo de Cristo, mesa de Cristo, altar de Cristo Jesús aquí en Santiago y en el mundo entero.

4. Toquemos, ahora, el tema de la cruz. No podemos nosotros separar el pan de vida de la cruz. No podemos nosotros separar el altar de la mesa ¡Qué misterio profundo hay aquí: Jesús para hacerse pan para nosotros tuvo que sacrificarse! Por eso, en la Eucaristía recordamos la última cena y recordamos también el Viernes Santo, su Pasión.

Por eso no hay pan sin cruz. No hay pan sin sacrificio. No hay vida si alguien no entrega la vida. No hay vida si la madre no entrega la vida ¡Jesús, gracias porque tu cruz es altar. Gracias porque tu cruz es mesa. Gracias Jesús, porque desde la cruz nos supiste dar a nosotros la vida. Cristo Jesús, moriste para que nosotros tengamos vida y vida abundante. Te aplaudimos, Cristo glorioso en la cruz, pan vida, altar para nosotros. Gracias, Jesús, por tu cruz!

5. Y ahora, volvamos la mirada a nosotros. En primer lugar quiero volver la mirada a ustedes sacerdotes junto conmigo. Nuestras manos son mesa de Cristo, nuestras manos son cruz de Cristo. Nuestras manos son altar de Cristo, nuestras manos son esa realidad ¡Qué pequeños somos nosotros sacerdotes. Qué débiles somos nosotros, cuántas sombras tenemos y sin embargo Cristo hace de nuestras manos un altar. Tomamos a Cristo en nuestras manos antes de colocarlo en la mesa del altar. Ese Cristo que nos hace decir: “Este es mi cuerpo”.  Nuestro cuerpo es el cuerpo de Cristo porque nosotros somos Cristo.

Queridos sacerdotes, ustedes al igual que yo tenemos en nuestras manos un altar, una mesa. Y ojalá que nuestras manos nunca crucifiquen a Cristo. Que siempre sean manos para eso: para bendecir, para repartir el Cuerpo de Cristo. Cuando le decimos a la gente “el Cuerpo de Cristo” nuestras manos son mesa, son altar. Cristo quiere que sea así.

Los fieles no toman el pan y comulgan ellos directamente porque Cristo nos dice “Denles ustedes de comer” (Mc 6,37) ¡Pan de vida! Nosotros entregamos a Cristo Jesús, Pan de vida. ¡Benditas esas manos de los sacerdotes! Por eso las besamos en el día de su ordenación ¡Aplaudamos las manos de los sacerdotes! ¡Aunque las tengamos algunas veces sucias,  aunque tengamos debilidades, esas manos son también altar de Cristo!

6. Y ahora fijemos nuestra mirada en ustedes: diáconos, presidentes de asamblea, ministros de la comunión esparcidos por todos los campos y barrios de Santiago ¡Más de 2,000 ministros de la comunión! Todos ustedes que están sentados en las gradas: miren sus manos también. Ustedes llevan por las calles a Cristo Jesús. Ustedes  llevan a las casas  al Pan vivo que está aquí.

La Iglesia quiere que desde aquí salga a las casas, que nadie se quede sin comulgar, sin recibir el cuerpo de Cristo. Sus manos son altar, y en cada aposento donde ustedes entran, es Cristo el que entra.  Cuando reciban en sus casas a los ministros que les llevan la comunión, piensen que es Cristo quien entra. Y que ese Pan de vida, que se ha hecho vida por nosotros, entra a nuestras casas.

Queridos diáconos, presidentes de asamblea, acólitos, ministros de la Eucaristía: cuando vean sus manos digan “mis manos son altar, mis manos son mesa, mis manos dan a compartir el Cuerpo de Cristo” ¡A esos siervos, a esos miles de hombres y mujeres que se mueven con Cristo silenciosamente en Santiago, hoy, porque están unidos a Cristo Jesús Pan de vida, vamos a aplaudirlos y vamos a agradecerles su ministerio, y vamos a animarlos a que sigan viviendo esta realidad!

7.
Y ahora, fijémonos en las manos de ustedes, en las manos de cada uno de ustedes los que comulgan. Cuando tú pones tus manos para recibir el Cuerpo de Cristo tú eres mesa y eres altar. Y esas manos tuyas no están llamadas para que crucifiques a Cristo otra vez, sino para que lo recibas ¡Mírate tus manos! Cuando yo pensaba esta mañana en esta homilía, cuando venía en la procesión, meditando en el silencio para profundizar  en ella, yo me decía: “¡Esto es maravilloso. Cuando yo les entregue la comunión yo les voy a entregar pan, pero les entregaré también carne!”. Hoy todos los que van a comulgar van a recibir un pedazo de carne.

Un pedazo de carne viva ¡Qué maravilla!: aparentemente es pan, pero es carne ¡Qué cosa tan increíble: Carne y pan! Nosotros comemos la carne de Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54). Es Cristo mismo que nos dice que comamos su carne.

Y por ello, es un pedazo de carne que, dentro de unos momentos, les voy a entregar ¡Qué misterio tan grande! Y Dios es tan maravilloso, que hay gente que ha dudado de esto y por ello ha hecho el Señor muchos milagros eucarísticos. Los he estado repasando estos días. Cuando algunos que han dudado en la presencia de Cristo en la Eucaristía, la hostia consagrada se les ha convertido en un pedazo de carne.

Hay en Italia una población que se llama Lanciano donde todavía se conserva una hostia transformada en un pedazo de carne y un poco de vino transformado en sangre, como resultado de un milagro ocurrido para demostrar la presencia real de Cristo en la Eucaristía a un monje que dudaba que la hostia y el vino consagrados fueran realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Y todavía está ahí. Y según los estudios realizados podemos determinar que el tipo de sangre de Jesús es AB positivo ¡Increíble! También la sangre del santo manto de Turín es AB positivo.

Yo no necesito ir a Turín para creer que el pedazo de pan que consagro es la carne de Cristo.
(Disponible en: www.arquidiocesisdesantiago.com)

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los 30 días del mes de julio del año del Señor 2011.
† Monseñor Ramón de la Rosa y Carpio es el arzobispo de Santiago

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