Están igualados en responsabilidad y descrédito público Miguel Vargas Maldonado e Hipólito Mejía, como sepultureros del PRD. Me recuerdan aquella ironía de que hay que “elegir bien los enemigos, porque puede uno terminar pareciéndose a ellos”, como dijo Borges. Sus mutuos odios, revanchas, egocentrismo y disminuida visión, los han colocado en el mismo plano de descalificación política. Han negado los méritos que en algún momento reunían para uno u otro ser considerado digno de conducir el partido blanco. Con su obcecación condenan a la desesperanzada base perredeísta. Es la víctima y gran perdedora de sus desavenencias, junto a nuestra endeble democracia, que descansa en un sistema de partidos en decadencia.

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