La estancia tamborileña de don Horacio

En uno de esos viajes rutinarios a Santiago, el general Horacio Vásquez pasó por un caserío conocido como el cantón de Tamboril que le agradó (luego su contrincante rebautizó como Peña en honor a un general mocano). Los caballos bebieron en el&#823

En uno de esos viajes rutinarios a Santiago, el general Horacio Vásquez pasó por un caserío conocido como el cantón de Tamboril que le agradó (luego su contrincante rebautizó como Peña en honor a un general mocano). Los caballos bebieron en el río de aguas cristalinas y un poco salobres que le daba el manantial de la Cacata. Los terrenos alrededor de esta parada estaban cultivados de tabaco que irían a parar a los almacenes del pueblo y más tarde pasarían por la loma hasta Puerto Plata rumbo a Europa.

Bonó hablaba de dos regiones en el país: el Este de vaqueros y sabanas de yerba pangola y el Cibao de tabaqueros.

Los primeros se preocupaban por sus ganados mientras que los cibaeños, enredados en su propio humo, pensaban, leían y escribían.

El grupo de peones que acompañaban a don Horacio terminaba de quitarle la sed a los caballos y de despertar al general mocano de sus planes futuros: construir una quinta ahí mismo, al lado del río. De regreso a Moca se dispuso a atender sus cosechas y junto a su primo Ramón Cáceres a conspirar contra el Gobierno de Ulises Heureaux, que cariñosamente Luperón llamaba Lilís.

No tardó don Horacio en preparar su quitrín para ir hasta el sitio de sus ensueños. El quitrín era muy cómodo, lo había traído de Cuba que era donde mejor los hacían. Pintado de negro con ruedas rojas de cinco pies, era el vehículo ideal contra el fango de los caminos de herradura de la época.

Su viaje fue tranquilo y aunque iba solo en el coche, lo acompañaba un peón en su mula rucia. En poco tiempo se unieron a una recua de 20 burros cargados que hacían el recorrido hasta el mercado de Santiago. En Tamboril se detuvo y dejó que la recua siguiera cantando sus letanías campesinas caminando al lado de los cansados animales. No tardó en averiguar quiénes eran los propietarios de las tierras que había visto: Don Rafael Hernández Almánzar quien le vendió un buen pedazo, suficiente para construir una casa fresca y espaciosa.

En ese entonces Tamboril era la capital mundial del cigarro, cosa que continúa hoy en día y que nadie pone en duda.

Don Horacio se paseó a pie por la única calle, que era el camino real que atraviesa el pueblo, y que le dejó el nombre de “calle Real” cuando alrededor de la Iglesia Santa Ana se aglomeraron las primeras casas hasta formar el pueblito del que don Horacio se enamoró. Diferente a la casa de don Isidro Jimenes, en Montecristi, que hizo con piezas traídas de Europa y que hoy se derrumba como la de su contrincante político mocano.

Esta fue hecha con las tablas de algún aserradero cercano con ventanas y plafones altos, para hacer que el fresco se adueñara de la sala y, a su paso, refrescara comedor y terrazas. Por el piso de tablas hay que andar con cuidado y del plafond puede caer cualquier pedazo de madera podrida. Su abandono y arrabalización no son dignas de ser el patrimonio que representa para el país.

Horacio Vásquez tenía su residencia en su Moca natal, pero los quebrantos de salud lo llevaron a pensar en esta quinta tranquila donde podía respirar la paz y aire que bajaban de las lomas del frente y sentir la serenidad de espíritu que la música del río le proporcionaba y que compartía con doña Trina de Moya, ambos sepultados en la parroquia a apenas unos 500 metros.

Si bien Santiago se constituyó en el almacén principal del tabaco del Cibao, su cultivo y producción mayor se hacía en Tamboril, Guazumal, Licey, Don Pedro y Villa González. La salida de este producto se hacía por Santo Domingo hasta 1812 cuando se convierte Puerto Plata en “el puerto de salida para todo tabaco que se vendía en el exterior y el puerto de entrada de los artículos que se adquirían con el dinero que dejaba el tabaco”. Para ello había que preparar caravanas de burros, mulos o caballos que atravesaran la loma del norte (la cordillera septentrional). Estas recuas de animales hacían el recorrido por el camino de herradura que hoy existe subiendo hacia el vertedero de basura hasta llegar al cruce de la cumbre de la carretera de Gurabo. Por ahí se pasa por desfiladeros y por donde Víctor Alicinio Peña Rivera mató a las hermanas Mirabal, según él mismo afirma en su libro. Muchos de estos caminos se interrumpían con las crecidas de los ríos por las lluvias y por el lodo de los caminos.

Pero don Horacio desafiaba los desastrosos caminos reales con su quitrín. Los cinco pies de las ruedas hacían que este vehículo de un solo caballo, aparte de su comodidad era seguro y estable, capaz de atravesar fangos sin quedarse atascado.

La estancia de Tamboril le ofreció la paz que el político no tenía en Moca donde se respiraba un aire de conspiración del que él era parte.

Esta estancia es histórica porque aquí vivió uno de los presidentes más controversiales de la historia dominicana. Con Horacio se inicia el período de la recuperación del país en manos de la ocupación militar norteamericana que duró de 1916 a 1924. Es cierto que durante su mandato aquellos siguieron controlando el país. Con Horacio se dan dos pugnas fundamentales para entender el curso de la historia local. Como jefe de los rabuses, enfrentó a los bolos de Juan Isidro Jimenes y luego de terminar su mandato en el 1928 lo prolonga hasta el 1930, lo que creó una rivalidad con Rafael Leonidas Trujillo quien se impuso los siguientes 30 años.

A esta estancia venía Horacio en el ferrocarril que lo dejaba en la estación que también es patrimonio, donde está la “biblioteca” Tomás Hernández Franco en el cruce de la avenida Altagracia con Pte. Vásquez. Para esa época venían personalidades como Hostos y el Dr. Betances, ambos puertorriqueños. Desde su estancia veía don Horacio los atardeceres más coloridos que se interrumpían con el humo de las locomotoras del ferrocarril del general Heureaux y que convirtió a Tamboril en uno de los pueblos más prósperos junto a Sánchez y Puerto Plata. Los alrededores de la estancia de don Horacio tenían personas trabajadoras y honestas como los Polanco, los Domínguez y los Hernández que, paradójicamente, se convertirían luego en adversarios políticos al sumarse el poeta a los esfuerzos de lo que se creía iba a ser “la más bella revolución de América”, enorme campaña en su contra lanzada junto a Fello Vidal, desde La Información. Aunque el movimiento trujillista aconsejaba, por la boca de Espaillat de la Mota, en La Información que “Horacio Vásquez se ha hecho acreedor a una aislada y segura Santa Elena. Ayúdenos el Gobierno americano a conservar el precioso don de la paz aconsejándole cortésmente al general Horacio Vásquez que convalezca, por tiempo relativamente largo, en su sanatorio del oeste californiano”. No propusieron Alaska quizás por los límites de conocimientos de Geografía.

La casa alberga, hoy día, a su celador, Papo, y a un pintor con la venia del Ayuntamiento quien la posee. El Ayuntamiento tiene un comité de cultura que nada puede hacer para salvaguardar tan importante patrimonio. Estamos completamente seguros que la actual administración del Ministerio de Cultura tomará en sus manos, y así salvará la Estancia del presidente Horacio Vásquez y doña Trina de Moya. La remodelación llevará a la creación del Museo Pte. Vásquez para orgullo de Tamboril, Moca y el país. El lugar es tan grande que puede construirse un espacio para conferencias, biblioteca con cafetería y parqueo tal y como se hizo en la casa de Mon Cáceres en Moca.

Color rucio o pardo
Colón llamó Punta Rucia a una playa al norte y cerca de Montecristi por esa razón, por el color de los animales. Hoy aparece en muchos sitios mal escrito como Punta Rusia.

Propuesta
El lugar es tan grande que puede construirse un espacio para conferencias, biblioteca con cafetería y parqueo.

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