Las soledades del político

En el político, desde el mediocre hasta el excepcional, existen tres soledades: la voluntaria, la obligada y la cobarde.

En el político, desde el mediocre hasta el excepcional, existen tres soledades: la voluntaria, la obligada y la cobarde. La soledad voluntaria es nutritiva para nuestro personaje. En ese estado se aleja del mundanal desorden. Aún en la muchedumbre, tiene su cabeza en el paraíso de la paz. Piensa en grande. Vive la historia. Se eleva sobre todas las cosas: chismes, adulonería, maquinaciones…

Hay que ser bastante Balaguer para lograr esta forma de soledad, lo que no necesariamente implica que Elito era bueno. Se debe estar acostumbrado a oír horas y horas de discursos sin escucharlos; responder sin hablar; aparentar que se está en un lugar, cuando en realidad se está muy lejos; saludar a los cuervos imaginando que se estrecha la mano de Aristóteles; recordar al imposible amor de la infancia, cuando alguien le susurra nimiedades.

Y tal vez, lo más importante, hay que demostrar que se ama la soledad, para que si el político llegara a estar solo sin buscarlo, la gente suponga que fue intencional y no por el abandono de quienes le seguían, que no son pocos los que desconsideran a los que salen del poder y luego no mandan ni en la perrera de su casa.

La segunda soledad, la obligada, es triste. El político aquí es una mofeta. Los mansos y cimarrones le huyen como el diablo a la cruz. Lo miran de reojo, de forma sospechosa. No lo invitan a nada, ni al matrimonio de su compadre.

Lo critican si fue deshonesto. Lo crucifican si fue honrado, aunque es difícil que lo haya sido. Aquí el político se esfuma, se lo traga la tierra, y quien fue un protagonista del espectáculo, ahora no es ni siquiera un simple y lejano espectador. ¿Los ejemplos? ¡Ay, son tantos los que están y vendrán que es mejor dejarlo ahí!

Por su parte, la soledad cobarde, la peor –que suele ser siamesa de la soledad obligada-, se desarrolla en el político que actuó sin probidad y vocación de servicio, además de que carecía de capacidad para manejar su cargo. Este político teme que lo acusen con razón. Lo que tomó sin pertenecerle lo tiene escondido. Duerme en base a pastillas. Tiene igualados a dos o tres siquiatras y sicólogos. Y prefiere vivir debajo de la tierra, más por miedo que por vergüenza.

Los fantasmas lo acompañan. Tiene delirios de persecución. Y si por casualidad está rodeado de personas, se siente intranquilo, con la conciencia alterada, creyendo que cualquiera puede traicionarlo, esperando el momento oportuno para huir hacia la oscuridad. Es un esclavo de sí mismo. ¿Los ejemplos? ¡Ay, son tantos los que están y vendrán que es mejor dejarlo ahí!

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas