“El coronel García Márquez”

Sería ocioso afirmar que la fama de este libro depende de lo inconmensurable de los “Cien Años de Soledad”. Pero datos certeros nos dicen lo anodino que era antes de aquél.Si pensamos en venta y conocimiento del público como parámetros,…

Sería ocioso afirmar que la fama de este libro depende de lo inconmensurable de los “Cien Años de Soledad”. Pero datos certeros nos dicen lo anodino que era antes de aquél.

Si pensamos en venta y conocimiento del público como parámetros, hasta la publicación de los “Cien años de soledad” solo se habían vendido varios cientos de esta novela, no había tenido reseñas importantes en los medios y era solo valorado por un puñado de amigos incondicionales del autor.

El libro es como una fotografía de inicios del siglo XX colombiano: tonos grises y rostros tristes con la violencia como fondo, que acaban en el enmarcado. Al efecto, García Márquez llegó a considerar que este “libro se acaba en la última página”, además que “ofrece una visión un tanto estática y excluyente de la realidad”.

Sin embargo, “El Coronel no tiene quien le escriba” es una gran novela, más aún por lo que no dice. Su brevedad y utilización cronométrica de las palabras insinúan mucho. Y esta es quizá una de las fortalezas de la obra: parecería que el ambiente opresivo y decadente que describe no puede expresarse sino con ese lenguaje preciso y conciso. Por esto, entre los trastos del café, la olla oxidada del fogón y el insoportable calor de octubre, vemos claramente la miseria de un mundo sin sostén ni rumbo que resiste el oprobio aferrado a la incierta esperanza.

Esta fue la segunda novela publicada por García Márquez y su primera edición en 1961 no alcanzó los 1500 ejemplares. En ella el realismo, el elemento político y la violencia están presentes con mucha intensidad, pero sin llegar a lo panfletario. El héroe es un resignado coronel que durante cincuenta y seis años, semana tras semana, cada viernes, “no había hecho otra cosa que esperar” su pensión de veterano de la guerra civil, que no llegaba. Una espera larga y angustiosa, pero resistida con estoicismo.

La crisis del coronel y su mujer no es solo económica, es también moral, y no es sólo de ellos, es del pueblo, al ver desmoronarse los valores sobre los que estaba construido su mundo y establecerse uno distinto: sin normas, sin respeto, sin honestidad.

Pocos libros de García Márquez quedan tanto en la memoria como este. Tras la última página pensamos en la crisis existencial y la falta de expectativas de los habitantes del pueblo, el poco respeto en el manejo de los fondos públicos y la falta de sentido de la historia que embarga sus personajes. Como cuando el coronel motiva la importancia de unos documentos de gran valor-según él-, uno de ellos incluso “escrito de puño y letra del coronel Aureliano Buendía”, el gran héroe de la saga de los Buendía en “Cien años de soledad”, y ni caso le hace el abogado con quien habla al respecto.

Muchos autores, García Márquez entre ellos, afirman de la importancia capital del primer párrafo en sus obras, al extremo que, según ellos, a veces duran más en la redacción de este primer párrafo que del resto del libro. Así hay inicios memorables. Sin dudas el quijotesco “En un lugar de la Mancha…” ocupa el primer lugar. O el “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”, del mismo García Márquez en “Cien años de soledad”, es muy especial y se graba en la memoria del lector.

Ahora bien, qué decir de los finales de novelas. El de esta, por ejemplo, es inolvidable. Luego de una discusión en la cama entre el coronel y su mujer y ante la posibilidad de que el gallo pierda “la pelea” que hará más ligera la dura carga de la pobreza y la negativa del coronel de venderlo, la mujer –siempre tan racional-, agarrándolo por el cuello de la franela y sacudiéndolo le pregunta: “Y mientras tanto qué comemos…Dime, qué comemos”.

Para responder esta increpación el coronel “necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-”Mierda”.
¡Ah, la vida! 

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