“Un maestro debe superarse cada día”

Corría el año 1982 cuando Margarita Martínez se paró por primera vez frente a un grupo de alumnos de la escuela “Emilia Antonia Martínez”, situada en Sabana Cruz, un apartado paraje del municipio de Guayubín.

Corría el año 1982 cuando Margarita Martínez se paró por primera vez frente a un grupo de alumnos de la escuela “Emilia Antonia Martínez”, situada en Sabana Cruz, un apartado paraje del municipio de Guayubín.Con tiza en mano, comenzó a escribir una historia de superación que no ha parado de dar frutos en favor de la educación. Nacida en una familia de educadores, doña Margarita, quien actualmente se desempeña como formadora de maestros en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) en Santiago, cuenta que en aquellos tiempos el magisterio no disponía de los recursos y facilidades que hoy ofrece el Ministerio de Educación, comenzando con un salario que promediaba los RD$265 (doscientos sesenta y cinco pesos mensualmente), de los cuales debía habilitarse en los procesos formativos, comprar materiales y recursos para apoyo a la docencia (tizas, cartulinas, hojas en blanco y a color, marcadores, libros de textos, masillas, entre otros útiles para la enseñanza) y que no llegaban al centro por ningún proyecto ni asignación económica como llegan hoy a los centros educativos del país, incluso como producto per cápita, es decir, por estudiantes.

“Sin embargo, siento que a pesar de las limitaciones y precariedades económicas de ayer, el maestro era más dedicado y hacía su labor con mayor entrega, amor, vocación de servicio, humanidad, mayor solidaridad y mayores logros en el aprendizaje de sus alumnos”.

Resalta que en ese entonces se empleaban herramientas para la corrección y educación de los estudiantes, como era la visita domiciliaria, mediante la cual los maestros daban el debido seguimiento a sus alumnos y les visitaban a sus casas si era necesario.

“Hacíamos vida comunitaria, se trabajaba más de cerca con los padres, se manejaban los conflictos con discreción y el debido tratamiento que requería el caso. Los incidentes críticos se manejaban desde el aula afectada, y si era necesario, pasaba a manos del director, y de ahí se le aplicaba la corrección que ameritaba el caso. La convivencia en la escuela era un valor que había que manifestar desde el personal administrativo, hasta el personal de mayor jerarquía, se trabajaban los buenos modales y los símbolos patrios, pero desde la práctica del ejemplo, pues el maestro y todo el personal de la escuela debían manifestar estos elementos dentro y fuera de la escuela”, recuerda.

De maestra normal a universitaria

Margarita Martínez inició su carrera con el título de “Maestra Normal Primaria” y no ha parado de ampliar sus conocimientos y acumular experiencias hasta convertirse en maestra formadora de grado y post grado en el Instituto de Formación Docente Salomé Ureña, recinto Santiago, así como en las universidades Central del Este (UCE) y Tecnológica de Santiago (UTESA).

Pese a los logros obtenidos, la connotada maestra guarda con nostalgia sus primeros días en la enseñanza:

“Cuando obtuve mi título de maestra, por el año 1981, el tener un título de “Maestra Normal Primaria” era todo un privilegio, pues la demanda de éste tipo de profesional, era muy codiciada, pues era la mayor titulación y formación del mercado en materia educativa. Debo confesar que en mi primer día de trabajo en aula me surgían muchas inquietudes, estado emocional desequilibrado, preguntas, como es natural en todo maestro novel”.

Con 35 años en el servicio docente, dice que todavía le faltan muchas metas por alcanzar entre las que cita conocer de cerca la experiencia educativa de países como Cuba y Costa Rica y poder incidir en algún programa de formación de formadores en el que pueda tomar decisiones a favor de los futuros maestros.
“Ningún maestro se puede considerar un ser acabado, debe estar en permanente proceso de aprendizaje, pues este termina con la muerte”, sostiene.

Aconseja a las presentes y futuras generaciones de maestros a desarrollar su compromiso social, más allá de lo material “ya que lo más gratificante de la carrera docente no es la parte económica, sino los grandes logros que manifiestan sus alumnos al momento de graduarse, adquirir un buen trabajo, verse identificado con el maestro que lo acompañó en su formación, obtener una palabra de aliento, en fin, ver realizados a tus alumnos en todos los ámbitos. Un maestro no puede vivir el día a día, debe trascender su pensamiento en sueños y atesorar grandes metas”.

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