Limonade origina el Día de La Altagracia

La veneración a María los 21 de enero nació del agradecimiento de higüeyanos y seibanos a la madre de Jesús por haberlos protegido en la batalla de Limonade.

La veneración a María los 21 de enero nació del agradecimiento de higüeyanos y seibanos a la madre de Jesús por haberlos protegido en la batalla de Limonade.
En enero 1690 los dominicanos descendientes de españoles nacidos en Higüey y El Seibo se presentaron ante el cuadro de la Virgen a rezar para que protegiera sus vidas en la batalla de Limonade, la cual se llevaría a efecto ese mismo mes contra las tropas francesas del Rey Luis XIV.
 
Al año siguiente, el 21 de enero de 1691, los combatientes fueron ante el cuadro de María a agradecerle la protección brindada el día 21 del mismo mes, un año atrás.
En la batalla, efectuada en la localidad de Limonade, cercana a Cabo Haitiano, participaron soldados españoles provenientes de España y México, los que estaban al mando del mariscal de campo Francisco de Segura Sandoval y Castilla.
 
Durante la batalla murió el gobernador a cargo de la colonia francesa Tarin de Cussy, así como otros 600 franceses que habían participado en las incursiones sobre Santiago de los Caballeros en los años 1659, 1667 y 1690.
 
En 1692 el obispo Isidoro Rodríguez decretó que en vez de los días 15 de agosto la veneración a la Virgen María fuera los 21 de enero, siendo conocida desde entonces como Madre Protectora y Espiritual del Pueblo Dominicano.
 
La veneración a la Virgen se celebraba los 15 de agosto, día en que los hermanos Alonso y Antonio Trejo habrían traído el cuadro desde Extremadura, España.
 
Esto, a pesar de que la veneración a la María viene desde antes, pues la tradición y algunos textos de historia cuentan que la madre de Jesús se apareció en una mata de limón sembrada en el patio de la parroquia de la villa.
 
El cuadro de la Virgen
 
Desde ese 1692 cada año miles de católicos de todo el país acuden los 21 de enero a la provincia La Altagracia a venerar el cuadro de la Virgen, agradecerle por algún favor o gracia recibida y a hacerle las más diversas promesas para que le ayude a superar diversas aflicciones.
 
El momento de mayor espiritualidad es cuando los cristianos logran tocar el cuadro de la Virgen.
 
En el cuadro, María aparece en el cuadro arrodillada con las manos juntas y los ojos hacia abajo, adorando al niño acostado sobre pañales en el pesebre, y dando gracias a Dios por tan «Alta Gracia» de ser la Madre de su hijo amado.
 
María presenta en su pecho una paloma blanca que simboliza la presencia del el Espíritu Santo en ella, de frente al niño, mientras que San José aparece a su derecha, protegiéndolos.
 
Se divisan también en el cuadro las 12 estrellas del Apocalipsis, y una estrella mayor con una cola que nos recuerda la estrella que guio a los Magos donde estaba el Niño Jesús. 

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