El llamado del Episcopado dominicano

Indudablemente que la solidaridad con los demás enriquece nuestras vidas. Sin embargo, los hechos morales deben ser analizados en su contexto social, pues a veces la realidad resulta ser muy compleja, y los resultados de determinadas acciones tienen&#823

Indudablemente que la solidaridad con los demás enriquece nuestras vidas. Sin embargo, los hechos morales deben ser analizados en su contexto social, pues a veces la realidad resulta ser muy compleja, y los resultados de determinadas acciones tienen consecuencias imprevisibles.

Imaginémonos que tres grupos de personas se sientan a comer en una mesa. El primero, unos inmigrantes haitianos muy desposeídos. El segundo, unos dominicanos acomodados y pudientes. Y finalmente, un tercer grupo compuesto por dominicanos pobres y vulnerables. Imaginémonos que los dominicanos acomodados y pudientes cubrieran la cuenta de los inmigrantes indigentes y los dominicanos pobres. Nuestro sentimiento de equidad moral se sentiría satisfecho, por este ejercicio de justicia distributiva. Pero, ¿qué pasaría si los dominicanos pobres le pagaran la cuenta a los inmigrantes paupérrimos, y a los dominicanos acomodados y pudientes? ¿Es semejante desenlace justo? Nuestro sentimiento de equidad nos aconseja que semejante desenlace es inicuo.

Esto así, pues cuando un inmigrante paupérrimo toma un trabajo que pudo ocupar un dominicano pobre, el pobre dominicano le transfiere parte del ingreso que está dejando de percibir. Aún más, cuando los inmigrantes indigentes ocupan puestos de trabajo, laborando por un salario irrisorio, provocan una erosión general de los niveles salariales, lo que equivale a un traspaso de ingresos de los dominicanos pobres a las clases pudientes. De hecho, un estudio del Banco Central señala este deterioro de los salarios durante los últimos años, “y que los que devengan salarios mínimos son los que históricamente han sido más perjudicados.”

¿ Y, es que un país pequeño puede ceder 400 o 500 mil puestos de trabajo, sin consecuencias sociales gravísimas? Siendo así, un 31% de nuestros jóvenes están desempleados; alrededor de 800,000 jóvenes ni estudian, ni trabajan; la
desigualdad social, consecuentemente, se ha disparado.

La respuesta de algunos a esta realidad resulta tan desacertada, como insensible: “los dominicanos son vagos.” A lo que respondemos: ¿Es que aspiramos a una economía y sociedad cimentadas en un mar de indigentes? ¿ No será que hemos fallado en brindar a nuestros compatriotas suficientes empleos dignos y aceptablemente remunerados ? Consecuentemente, estamos fomentando la desmoralización, el vicio, la delincuencia, la violencia familiar, etc. Falta de oportunidades compensada por la proliferación de bancas de apuestas, pues en nuestra sociedad salir de la pobreza se ha convertido en una lotería.

¿Como resolver este grave problema, siendo solidarios con los haitianos indigentes, como nos pide el Episcopado, y recuperando el nivel de vida de los dominicanos pobres? Creemos que el Gobierno dominicano podría lanzar “un pequeño plan Marshall,” en palabras del profesor Juan Manuel Rosario, destinando anualmente US$30 millones para fomentar, junto a instituciones internacionales, una zona especial de desarrollo en Haití, siguiendo el modelo chino, para impulsar las inversiones multinacionales y las exportaciones, y ayudar a emplear a los inmigrantes repatriados.

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