Los últimos días de la era de Trujillo: Ramfis abandona el país

Ramfis permaneció gran parte de la mañana del sábado 18 en su casa de playa en Boca Chica, que había convertido en residencia oficial. El ajetreo de los preparativos de la partida del yate la noche anterior, con el cadáver del Generalísimo,…

Ramfis permaneció gran parte de la mañana del sábado 18 en su casa de playa en Boca Chica, que había convertido en residencia oficial. El ajetreo de los preparativos de la partida del yate la noche anterior, con el cadáver del Generalísimo, y la juerga posterior con sus amigos del círculo íntimo, le habían dejado exhausto. Las horas siguientes debía ahora dedicarlas a una tarea más delicada e importante: su propia salida del país.

Por razones de seguridad debía evitar que una indiscreción o un paso equivocado trastocara sus planes. No se podía descartar que algunos altos oficiales muy comprometidos con el régimen, que iban a quedar a su propia suerte, presentaran problemas de último momento. Salvo su círculo más íntimo, nadie sabía de su partida preparada para esa misma noche. Ni siquiera sus tíos, Negro y Petán, habían sido informados. Ellos sospechaban y tenían noticias provenientes de sus propias fuentes de inteligencia, pero Ramfis no les había comunicado nada con carácter oficial e ignoraban los detalles.

De todas maneras, Negro y Petán se habían convertido en un escollo. Ramfis estaba decidido a irse y los hermanos de su padre le habían estado presionando para que actuara con más energía. Además contaban con sus propios planes. Si Ramfis se iba, incapaz de hacerle frente a la situación, ellos ocuparían su lugar y restablecerían las cosas a la forma en como estaban antes del 30 de mayo. Las pocas semanas de exilio forzoso, al que dieron fin con su regreso indeseado apenas unos días atrás, le mostraron a ambos las inconveniencias de ser obligados a vivir en el exterior. Fuera del país sus medallas, títulos y poderes no les servirían de nada. El viaje por las Bermudas les enseñó que el dinero no lo constituía todo. Personas como ellos, acostumbradas a los placeres y ventajas del poder absoluto, difícilmente se acomodarían a las restricciones que les esperarían en el extranjero. Así que si Ramfis finalmente se iba, ellos actuarían por él.

El hijo de Trujillo tenía todavía cosas urgentes por resolver. La hora de la salida ya estaba decidida y por igual la forma. Ramfis dio órdenes para que el comandante del yate Presidente Trujillo, antigua fragata 101 de la Marina de Guerra, lo tuviera todo preparado para partir desde el puerto de Haina, a once kilómetros al suroeste de la capital y a unos treinta y tres kilómetros en total de su residencia en Boca Chica, tan pronto como él arribara a la nave, al caer la tarde. El yate Angelita había salido del puerto de Andrés, cuyos atracaderos él podía divisar desde diferentes ángulos dentro de su residencia.
A media mañana, Ramfis fue informado de que la fragata estaría lista para él en cualquier momento en la tarde. A pesar de todos los problemas, las cosas estaban saliendo bien. Sin pérdida de tiempo, ordena a su jefe de escolta, el fiel y circunspecto Disla Abreu, que no se le moleste innecesariamente y se encierra en su despacho con dos de los oficiales de su más íntima confianza, los coroneles Luís José León Estévez y Gilberto Sánchez Rubirosa (Pirulo).

Inoportunos visitantes, algunos de los cuales habían estado compartiendo la noche del jueves en lo que muchos, ignorantes del viaje habían calificado como “una fiesta de despedida”, se presentaron esa mañana del sábado 18 a la residencia de Boca Chica, sin poder verle. Uno de los primeros fue su vecino, Pedro Pablo Bonilla (Pepé), ingeniero y amigo de infancia.

Bonilla poseía una casa de veraneo contigua a la de Ramfis y le visitaba con mucha frecuencia. Era de los pocos amigos cercanos a quien la compañera de las últimas semanas de Ramfis, una atractiva rubia alemana llamada Hildergarde, corista del Lido de París, recibía en la casa con una sonrisa. Disla atendió a Pepé mientras éste aguardaba ante la verja de entrada. Tras una breve espera recibió instrucciones de regresar al mediodía para el almuerzo. Pepé estaba enojado porque se había enterado a través del asistente personal de Ramfis que éste estaba preparando su viaje de partida. César Saillant le había dicho medio en broma:
-Ramfis se va y tú no estás en la lista.
Saillant había partido la tarde del viernes 17 en el mismo avión que su esposa Olga hacia Nueva York. El propósito de su viaje era adquirir en Martinica los pasajes que Ramfis utilizaría para volar de Point a Pitre a París, con un grupo de íntimos. Y efectivamente Pepé no figuraba entre ellos.

El enojo de Bonilla no obedecía a esta omisión, probablemente voluntaria. Lo que le molestaba, como a muchos otros de sus amigos, era que no se le hubiera informado. Estaba convencido de que este viaje tendría que producirse, pero no tan pronto. Aunque no se atrevían a admitirlo, él y los demás excluidos se sentían traicionados por Ramfis.
Decepcionado pero dispuesto a regresar al mediodía, Pepé se disponía a retirarse cuando otro visitante inesperado llegó al portal. El general Rodríguez Echavarría, jefe de la poderosa base de Santiago, se apeó tranquilamente de un automóvil, mientras el conductor lo estacionaba en la calle. El brigadier observó el vehículo oficial del mayor general Sánchez hijo (Tuntín) en la marquesina, quien había llegado antes y pidió al coronel Disla que informara a Ramfis que él también quería verle. Mientras esperaba por una respuesta, otro vehículo militar con el general Virgilio García Trujillo, jefe de Estado Mayor del Ejército, entró sin problemas en la casa. Las sienes del general Rodríguez Echavarría latían con fuerza mientras iba en aumento su impaciencia. La respuesta de Ramfis le enfurece aún más.

-El general está ocupado ahora, pero le espera esta tarde en San Isidro. Ramfis no tenía intención de ir esa tarde a la base aérea como se comprobaría luego.
Rodríguez Echavarría apretó fuertemente los puños y se dirigió con pasos rápidos a su automóvil. Pepé escuchó perfectamente cómo le decía, hablando más bien para sí mismo:
-Si éstos pendejos creen que me van a joder a mí, van a saber quién soy yo.
Bonilla no olvidaría nunca estas palabras.

De Boca Chica, el general Rodríguez Echavarría fue directamente a la base de San Isidro. Pero él no fue el único oficial y amigo personal de Ramfis que experimentó una profunda decepción esa tarde del sábado 18 de noviembre, cuando el jefe de Estado Mayor General Conjunto no concurriera a la base aérea. Decenas de oficiales, especialmente entre los pilotos, su cuerpo élite, quedaron en suspenso, temerosos de la proximidad de grandes acontecimientos que escapaban a su control e inclusive a su entendimiento.

Pese a la ausencia de Ramfis, el general Sánchez hijo estuvo en cambio muy activo esa tarde. Sánchez convocó a numerosos oficiales a su despacho para dar nuevas instrucciones y reiterar otras. De apenas 28 años, Sánchez era el oficial de más alta graduación en la base después de Ramfis. Hijo del general del mismo nombre, fue promovido rápidamente hasta alcanzar el más alto nivel del escalafón militar. Estaba vinculado a la familia Trujillo por lealtad y vínculos sanguíneos. Fue originalmente un oficial de carrera del Ejército, cuerpo al que llegó a la jefatura de Estado Mayor, posición desde la cual fue llamado por Ramfis, después de asesinado Trujillo, para comandar la aviación.
Los pilotos no sentían si

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