Más privilegiados y menos desafortunados

La humanidad tiene dos protagonistas desde los tiempos de las cavernas: los privilegiados y los desafortunados.

La humanidad tiene dos protagonistas desde los tiempos de las cavernas: los privilegiados y los desafortunados. Y no importa la época o las costumbres de un pueblo, sólo cambia la forma, la moda de lo que se aprecia en determinado momento. Es simple: unos pocos acumulan mucho de “eso” y la mayoría apenas lo toca. Es algo mucho más trascendente que la lucha de clases con sus elementos sociales, políticos o económicos. A lo que me refiero quizás sea parte de nuestra naturaleza todavía primaria, silvestre, desnuda, donde impera  un deseo de poseer lo que se valora, un afán de sentirnos superiores.

Y con esto tampoco infiero que unos sean buenos y otros malos. Jamás. En una de sus canciones Silvio Rodríguez nos dice que “tener no es signo de malvado y no tener tampoco es prueba de que acompañe la virtud”. Son conductas producto generalmente de nuestras diferencias accidentales, que implican aptitudes, actitudes, preocupaciones y ocupaciones, pero que mal llevadas denigran al que las asume y a los que sufren las consecuencias.

De todas maneras,  unos vencen y otros son vencidos. Y eso es lo que debemos pulir como raza, evitar esa guerra constante, cruda, donde a veces las primeras bajas del combate son los que están en el entorno del que triunfa. A esa aspiración es lo que debemos llamar “civilizarnos”, el saber que todos somos hijos de Dios, que las palabras libertad, igualdad y fraternidad no deben ser meros paisajes utópicos de los revolucionarios franceses.

En ese tenor, el que trabaja por  alcanzar para todos la dignidad comete más errores que el que prefiere que todo se mantenga estático. Jesús, si no hubiese roto esquemas, sería un gran olvidado, ahora es muy admirado y en no pocos casos difamado. Debemos hacer, construir, mejorar, siempre partiendo del Bien Común, que abarca el desarrollo espiritual y material de cada uno.  El Bien Común resulta hueco para quienes tradicionalmente han dirigido nuestros pueblos, y lo disfrazan, para confundir, con la palabra democracia.

La democracia es libertad plena, no sólo para quienes pueden conseguirla -que son los menos-; es igualdad de oportunidades para crecer, en especial para los de abajo; es servicio desde el poder; es valorar en toda su extensión nuestros derechos fundamentales; y es, sobre todo, y perdonen que mencione esta palabra de nuevo, el respeto a la dignidad de cada uno.

Cumplamos nuestro deber en todas acciones de nuestras vidas. Dejemos huellas positivas en nuestro caminar, que sólo eso perdura. Tratemos bien al prójimo, en especial al que está a nuestro lado. Y comportémonos de tal forma que nuestros actos contribuyan para que existan más privilegiados y menos desafortunados.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas