La Iglesia Católica y sus fieles, están de fiesta con la feliz elección del Papa Francisco. Ese estado de satisfacción cobra mayor dimensión entre los católicos de América, y más concretamente, entre quienes viven en Latinoamérica y el Caribe hispano, que no solamente se vinculan por la fe y la espiritualidad, sino por la fuerza del idioma.
Nos unimos a ese temperamento, que en un primer momento descubre elementos motivantes en que aparentemente fue una selección sencilla, lo que se puede deducir por la duración del cónclave.
Los medios hablan de los retos del Papa, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, en una circunstancia en que la Iglesia Católica ha estado agobiada por escándalos muy desagradables asociados a sacerdotes, pero también por las implicaciones que tiene gobernar una organización tan grande, en tiempos globalizantes, en que se rompen toda clase de paradigmas, y se observan tantas tendencias al desarraigo social. Todo eso en un mundo donde las injusticias se profundizan y millones de personas no tienen acceso a la alimentación, la salud, agua potable y alimentación. En fin, un mundo cada vez más complicado.
En medio de todo eso, nos vamos a detener en un detalle. Los votos de sencillez y humildad que empieza a practicar el nuevo Papa. Su antecesor, Benedicto XVI, se retiró abrumado por tantos problemas, y en particular, los de la Iglesia. Igual, trató de predicar el sentido simple de la vida. Pero es lo que pocos aceptan. Las ambiciones desmedidas inundan todos los escenarios. Todos quieren más. Más poder, bienes y riquezas.
¡Cuán grande sería la contribución del nuevo Papa si sus prédicas de sencillez y humildad se multiplicaran en el seno de su Iglesia! Y con su misión espiritual, guiara a sus fieles seguidores a constituirse en multiplicadores de esa forma de vida.
Quizás tendríamos menos corrupción de todo género y menos violencia, y la paz reinaría en todos los rincones, empezando por los corazones de la especie humana.
