Para salir del cepo

Más de 50 aspirantes a la presidencia de Haití concurrieron a las elecciones del pasado año. Sin la menor sorpresa, el candidato del gobierno, Jovenel Moise, obtuvo en la primera vuelta un 32.76% de la votación, seguido por el opositor Jude Celestin&#

Más de 50 aspirantes a la presidencia de Haití concurrieron a las elecciones del pasado año. Sin la menor sorpresa, el candidato del gobierno, Jovenel Moise, obtuvo en la primera vuelta un 32.76% de la votación, seguido por el opositor Jude Celestin con 25.29%. La renuncia de Celestin a participar en la segunda ronda electoral imposibilita, conforme a la ley haitiana, la celebración de elecciones si concurre un solo candidato. Tocaría el turno, en seguida, al candidato que alcanzó la tercera mayoría en primera vuelta, en este caso Jean Charles Moise (14.2% de los votos). Pero sucede que Moise también ha dicho que no participará en las elecciones.

Así, y en el recuadro de una ominosa percepción de lo inevitable, el presidente haitiano Michel Martelly anunció hace unos días que “mantiene su intención de llevar a cabo el próximo domingo (mañana) la segunda vuelta de los comicios presidenciales…”. No bastó con que el Senado votara la noche del miércoles a favor de posponer las elecciones. Mucho menos interesó a ‘Sweet Micky’ el que Jaccéus Joseph, miembro del Consejo Electoral Provisional, renunciara a su cargo tras la decisión presidencial de mantener la fecha de votación.

Hemos de admitir, sin embargo, que esas circunstancias poco importan en Haití, un conglomerado de remotas y estancadas raíces tribales, gobernado desde febrero de 2004 por la burocracia internacional de la ONU con el propósito de “contribuir a hacer más seguro y estabilizar el ambiente en la capital haitiana y en todo el país”. La presencia de soldados y funcionarios extranjeros fue considerada, en principio, sólo por seis meses, pero sucesivas resoluciones del Consejo de Seguridad (perdí la cuenta en la resolución número 17) han extendido por doce años la presencia en el territorio haitiano de la MINUSTAH (Misión de Naciones Unidas para la Estabilidad en Haití).

En tal caso, sería provechoso el conocer los nobles propósitos de la señora Sandra Honoré (oriunda de Trinidad-Tobago), jefa de Misión de la ONU: “La búsqueda de caminos que faciliten el diálogo y el consenso entre los haitianos son factores esenciales a la hora de construir un país capaz de sostenerse por sí solo con instituciones democráticas, que den respuesta a los numerosos desafíos que quedan por delante”.

Alguien respondería: ¿Diálogo, consenso, posibilidad de edificar un país en el seno de una aglomeración humana donde cuatro de cada diez individuos deambulan como naturalezas irreales, inexistentes, al no disponer siquiera de un registro de identidad? ¿Instituciones democráticas y seguridad jurídica sin un poder central lo suficientemente fuerte, y sin el apoyo de una infraestructura administrativa, de una capacidad financiera y de los mecanismos de contención para encauzar los espasmos de la escasez en el seno de la más aflictiva indigencia del continente? ¿Caminos ideales que faciliten el diálogo en una comarca en que no existen siquiera caminos materiales que hagan posible la transportación de los alimentos, de la población escolar y de los enfermos? ¿Instituciones democráticas que den respuesta a los desafíos en un entorno sin agua potable, ni obras de saneamiento ambiental, ni hospitales, ni escuelas? ¿Creería alguien, de verdad, que ese parloteo de la señora Honoré (gelatinosamente académico, hueco, insípido) en algo contribuirá a mitigar la desdicha de los haitianos?

Se ha pensado que el éxito en la batalla contra la pobreza muy pocas veces resulta palpable a través de indicadores económicos globales, tan impersonales como abstractos. En términos prácticos, más bien se trataría de propiciar el que cada individuo dispusiera de medios de vida por encima de una cota mínima de dignidad humana, conforme al ambiente en que se desenvuelve y en el marco de sus hábitos y sus tradiciones. Para combatir de modo eficaz la indigencia se habla de cambios gigantescos, de gran complejidad y con el concurso de toda la población mundial.

El filósofo francés Jacques Attali, por ejemplo, sugiere que la guerra contra la miseria debe plantearse en cinco frentes: (1) llevar a cabo una nueva revolución verde, que permita el resurgimiento de la silvicultura (cultivo, cuidado y explotación de los bosques) y de los rebaños; (2) instaurar en cada lugar una democracia responsable que permita a los pobres ser responsables de sí mismos; (3) poner a cada persona en situación de crear riqueza ofreciéndole los microcréditos necesarios; (4) trabajar para que todos tengan acceso a los servicios sociales básicos (educación primaria, comida, sanidad) a fin de reducir la mortalidad infantil y materna; y (5) crear instrumentos mundiales de trasvase de recursos, como ya existen internacionalmente.

Si ese fuere el caso, ¿quién en Haití, de manera cierta, tendría la responsabilidad y la competencia indispensables para implantar, impulsar y administrar, digamos, un programa similar al que sugiere Jacques Attali? ¿Acaso las doce mil ONG’s que allí parasitan, o la MINUSTAH? ¿O tal vez la incoherente y embotada clase política haitiana? La pregunta, se me ocurre, queda todavía sin una respuesta plausible.

Hará casi veinte años que sugerí (en una columna de la Revista Rumbo) el imperativo de garantizar una dirección valiente y eficaz a cargo de cualquier programa enfocado a mejorar las condiciones en que vive el pueblo haitiano. Pensé, de tal suerte, que la mejor conducción podría ejecutarse mediante un sistema supervisado, esto es, bajo una tutoría responsable y competente. Dicha orientación, no cabe duda, tendría características menos deshonrosas, a la vez que más inteligentes y productivas que la custodia desarrollada por los soldados y burócratas de la MINUSTAH. Por igual, sin tantas ONG’s y con menos intermediarios (todos, por supuesto, desinteresados y piadosos) a cargo del manejo de la ayuda humanitaria internacional. De manera concreta me refería al montaje de un proyecto con acciones precisas en cinco grandes escenarios: el político, el militar, el económico, el social y el migratorio. Grosso modo, fueron éstas las ideas esbozadas en aquella ocasión.

En el terreno político, las acciones incluirían: (a) formación de un Consejo de Gobierno de cinco miembros, constituido por dos funcionarios seleccionados por las Naciones Unidas (uno de ellos lo presidiría), por una personalidad de relieve mundial (alguien, digamos, con el perfil altruista de un Bill Clinton) y por dos ciudadanos haitianos del mayor prestigio; (b) suspensión durante cincuenta años de la franquicia a los partidos políticos; (c) disolución durante cincuenta años de las cámaras legislativas; (d) establecimiento de programas educativos que, en diferentes planos, instruyan a la población acerca de los valores y el funcionamiento de las instituciones democráticas; (e) aplicación de un sistema para registrar y proveer de documentos de identificación a la ciudadanía.
En lo concerniente a la esfera militar, el tutelaje requeriría: (a) instalar un ejército profesional de 20-25 mil efectivos, a fin de preservar el orden público y de regular el tráfico fronterizo ilegal; (b) desmantelar efectivamente aparatos militares vinculados a gobiernos y liderazgos anteriores (algunos de ellos ocultos en la sombra); (c) desarmar grupos sediciosos vinculados a organizaciones del crimen internacional; (d) formar un cuerpo de policía con el objeto exclusivo de mantener el orden público y de auxiliar al sistema judicial.

El diseño económico comprendería: (a) apertura absoluta de la economía haitiana, con eliminación total de aranceles y barreras no arancelarias al comercio; (b) apertura absoluta a la inversión extranjera, con una tasa impositiva única sobre beneficios de 10% por un plazo de cincuenta años; (c) establecimiento de concesiones en los casos económicamente factibles (según el modelo chileno o colombiano) con el objeto de realizar inversiones en infraestructura básica de transporte, energía, saneamiento, irrigación, etcétera; (d) contratación de expertos internacionales para gestionar las empresas públicas existentes; (e) creación de un fondo multinacional que provea anualmente 5,000-6,000 millones de dólares, a fin de incrementar el gasto social en salud y educación y, asimismo, de conservar la infraestructura existente de transporte, irrigación, saneamiento urbano, etcétera; (f) creación de un sistema para organizar el registro de tierras y proveer de títulos a sus propietarios; (g) recabar ayuda internacional (de Canadá, Estados Unidos, Suecia y Noruega) para repoblar los bosques devastados durante los últimos cien años; (h) disposición de créditos destinados a financiar pequeñas empresas familiares y comunales, vinculadas a la agroindustria y a la artesanía.

La acción social abarcaría iniciativas (con apoyo multinacional) orientadas a: (a) distribuir masivamente alimentos a los sectores más desvalidos; (b) emprender programas destinados a reducir el analfabetismo y a elevar la cobertura del sistema de educación primaria; (c) realizar campañas de desparasitación, vacunación y prevención de enfermedades infantiles; (d) ampliar los servicios de medicina curativa; (e) dotar de ropa y calzados a la población menesterosa.

Como política migratoria cabrían las disposiciones siguientes: (a) establecer controles rigurosos para el cruce de la frontera dominicana (pasaporte, visado, declaración de aduanas, etcétera); (b) gestionar el traslado de grupos de haitianos que voluntariamente deseen emigrar hacia aquellos países que han demostrado una especial amistad hacia Haití (Estados Unidos, Canadá, Francia, Venezuela y los territorios miembros del Caricom); (c) tramitar la migración permanente a Haití de 50-60 mil familias europeas (albanesas, croatas, rusas, rumanas, polacas, bosnias, griegas) e hispanoamericanas (cubanas, venezolanas, argentinas), cuyos miembros puedan desempeñarse como maestros, jueces y funcionarios del sistema judicial, médicos, ingenieros, artesanos, agricultores y trabajadores industriales.

Con este mandato se establecerían en Haití los cimientos para crear una comunidad civilizada, al amparo de instituciones sólidas, efectivas y eficaces. Un logro que, de forma ostensible, exhiben hoy los también herederos de esclavos que viven en condiciones de mucho mayor decoro y prosperidad dentro de las naciones del vasto Caribe anglo y franco parlante.

Únicamente así, sólo bajo esa fórmula podrá salir el pueblo haitiano de su cepo legendario. Y sólo de tal manera se abrirá una ventana a esa luz, antiquísima e invencible, que emana del ensueño de redención de la progenie de Toussaint-Louverture.

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