Nuestros estudiantes también necesitan, pero ya los tienen, maestros motivados, cariñosos y dispuestos a cuidarlos, ponerlos a interactuar con el ambiente y con los materiales educativos. Se puede hacer esfuerzos para que los maestros mejoren su dominio de contenidos, pero no es lo más importante ahora, lo es más que no coarten la curiosidad del estudiante y que promuevan positivamente su infinita capacidad de cuestionamiento, al menos en nuestro caso y por el momento.
¿Por qué digo esto? Porque el problema fundamental, en cuanto a educadores dominicanos se refiere, no está en el nivel elemental ni en el secundario. Está, por favor entendámoslo, en las instituciones de educación superior. El Plan Decenal de los 90 partió de la premisa, no del todo correcta, de que los profesores universitarios dominicanos estaban en condiciones de ayudar a los “maestros bachilleres” a superar deficiencias, la cual no tiene bases que la apoye.
Ante un tema tan espinoso, es necesario pensar sosegadamente y dejar la hipersensibilidad de lado. Nuestras deficiencias en el cuerpo profesoral universitario limitan el uso de las instituciones de tercer nivel como herramientas de cambio en el sistema educativo. Aparte de una formación incompleta, el pluriempleo y otras razones, impiden a un típico docente universitario dominicano escribir un libro de texto para estudiantes del nivel elemental o secundario, así como no le habilita para diseñar y facilitar en talleres significativos para maestros de calidad. Un nivel de licenciatura no es suficiente, desde hace muchos años, para enseñar, por ejemplo, a futuros maestros.
Una persona que no haya aprendido la naturaleza de la disciplina que intenta cultivar, que no está en condiciones de hacer investigación, no puede más que repetir información que ya aparece en los libros de texto e Internet, por ejemplo, y con frecuencia, transmitir tal información de manera distorsionada. Lo de escribir libros de texto de calidad u ofrecer talleres significativos y que propendan a generar dominio conceptual y competencias magisteriales es por ende, ya una simple utopía, bajo las circunstancias descritas. Recientemente, Robert Archibald, educador norteamericano, ha planteado el efecto detrimental que, sobre la formación universitaria, tienen las clases muy grandes, con conferenciantes que llama de segunda categoría, y con muy poca interacción significativa entre los estudiantes y los profesores. Ha equiparado eso a recibir una educación bastante distante, incluso en un ambiente cara a cara o presencial (Why Does College Cost So Much?, citado por Scott Carlson y Goldie Blumenstyk en The Chronicle of Higher Education, Diciembre de 2012).
A esto hay que sumar el detalle de que con frecuencia el maestro universitario se concibe, en general, y por razones idiosincráticas en el caso dominicano, como el ente que simplemente enseña y no como un humano que aprende en interacción con otros y con sus alumnos.
Si a las medidas propuestas para superar nuestro rezago de aprendizaje estudiantil no sumamos el incremento en las competencias del profesor universitario promedio, entonces asistiremos a otra decepción como la que dejó el Plan Decenal de los 90, en lo que a aprendizaje estudiantil se refiere, reitero.
Además de lo anterior, no parece que sea factible y costeable para el país la importación de maestros de calidad internacional, porque habría que identificarlos en países que tuviesen excedentes de maestros, y entre esos, a aquellos cuyas naciones no logran retenerlos debido a los bajos salarios. De otra forma, sería necesario pensar en algún país que tenga excedente de maestros, y que los mismos no respondan al esquema de la oferta y demanda. En verdad, quizás es más fácil importar mecánicos expertos certificados en carros MB, Audi y BMW.
Si importamos maestros, considerados excelentes en cuanto a dominio conceptual se refiere, para los niveles básico y secundario, se puede anticipar, con alta probabilidad, que, en las actuales circunstancias, se convertirán en profesores universitarios regulares y típicos en la República Dominicana.
En síntesis, quizás no debemos importar maestros de nivel elemental o secundario, sino profesores-investigadores para el tercer nivel, exigiéndoles un compromiso con el desarrollo de todo el sistema educativo. Y esto es posible, porque los hay dispuestos, entre ellos dominicanos que con gran esfuerzo han logrado estudios doctorales y experiencias postdoctorales en centros internacionales de excelencia, y que, además de conocer el contexto, mantienen a la Patria en sus corazones.