El pueblo y actos que le motivan indignación

I.- Las acciones repugnantes cambian el estado de ánimo1.- La alegría, el buen humor, estar alegremente es lo normal en el ser humano. Permanecer divertido es su deseo, por lo que si cambia a tristeza es porque algo ha perturbado…

I.- Las acciones repugnantes cambian el estado de ánimo
1.- La alegría, el buen humor, estar alegremente es lo normal en el ser humano. Permanecer divertido es su deseo, por lo que si cambia a tristeza es porque algo ha perturbado su regocijo, lo ha transformado de bienhumorado a deprimido.

2.- La modificación en el estado de la persona de satisfacción a pena, le puede ocurrir de un momento a otro, en un santiamén, en un abrir y cerrar de ojos, en un dos por tres. Pero de seguro que algo ha incidido en su ánimo para que se produzca la variación de dinámico a aburrido.

3.- En cada ocasión resulta conveniente descubrir, dejar a la vista qué ha influido en el individuo para reaccionar en forma diferente a lo que es su normal proceder. Actuar con apego o rechazo es una respuesta del estado mental en un determinada momento.

4.- En lo que respecta al pueblo dominicano, que es una comunidad de mujeres y hombres tranquilos y habitualmente calmados, una serie de hechos repugnantes lo están motivando a que rompa su quietud, apacibilidad y equilibrio, llevándolo a la intranquilidad e impaciencia.

5.- Para romper con la situación de normalidad, de su rutina de paz, nuestro pueblo no lo hará como consecuencia de un arranque emocional, un arrebato irracional, sino por estar hastiado, exasperado por ser víctima de acciones bochornosas que le repugnan y lo llevan a sentirse asqueado.

6.- Lo mejor de nuestro país se siente burlado, tomado de payaso, tal cual adefesio, el hazmerreír de todo momento. Ese estado de creer que lo tratan de mamarracho, lo guía a la indignación, a montarse en cólera, sacarlo de quicio, a sulfurarse de tal forma que será imposible de aplacar.

7.- No hay que hacer mucho esfuerzo ni estar dotado de gran inteligencia para darse cuenta que la comunidad dominicana tiene más que justas razones para llegar al convencimiento de que la sucesión de actos bochornosos, asfixiantes moralmente, generan enojos hasta a los más flemáticos, abúlicos e imperturbables.

8.- Sin lugar a dudas, irrita, provoca alteración en las personas sensibles el hecho de comprobar que mientras trabajadores cañeros legítimamente reclaman el aumento de sus miserables pensiones, una señora, gorda y colorada, permanentemente maquillada, recibe del Estado, sin justificación laboral alguna, más de medio millón de pesos mensuales.

9.- Hace saltar, pone de banderillas al más tranquilo, levanta ampollas, saber que fueron sustraídos terrenos propiedad del pueblo dominicano ubicados en el vertedero de Duquesa, valorados en cientos de millones de pesos, en tanto 250 familias damnificadas del ciclón David, exhiben la más espantosa miseria, 37 años después del paso del citado huracán.

10.- El más sosegado se convierte en cascarrabias, al ser testigo de que están desamparados miles de infelices, a los que las permanentes lluvias de las últimas semanas dejaron sin techos, en tanto un jovencito, muy empolvorado y burócrata, recibe un sueldo de lujo desde un ministerio, únicamente para entregar pergaminos de reconocimientos.

11.- El hombre o la mujer que en este medio social se desempeña como empresaria y respeta las reglas del sistema, se siente agraviada, mentalmente insultada, maldice al funcionario que en un año duplica su patrimonio económico.

12.- Con razón se mantiene bilioso, de mal carácter, el triciclero que a diario se levanta de madrugada a trabajar y siempre vive en la miseria, al mismo tiempo que un politiquero tiene una pensión millonaria del Estado, con sólo haber servido dos o tres años en la administración pública.

13.- Se enfurece, se saca de quicio y permanece fuera de sí, la mujer o el hombre laborioso que recibe por su trabajo un salario mísero, mientras el regidor o la regidora devenga sueldos lujosos y otras entradas no santas.

14.- El fastidio, la molestia que lleva encima la persona que aquí ejecuta trabajos y recibe en forma legítima una suma de dinero, de seguro que en el fondo de su alma condena, se mantiene endiablada con la situación actual, maldiciendo a los aprovechados del erario y las iniquidades.

15.- Un ordenamiento económico y social que descansa en la deshonestidad, impudicia, obscenidad e indecencia, no puede mantenerse por mucho tiempo, porque sus propias contradicciones lo hacen insostenible por intolerable, cargante y abusivo.

16.- Las acciones bochornosas ejecutadas por los mismos que se benefician del sistema, lo convierten en ilógico, incoherente y absurdo. Lo que a diario vemos en nuestro país es una prueba evidente de que la debilidad del actual orden reside en lo vulnerable, endeble e inconsistente, que lo hace atacable e inerme.

17.- Es tan penoso el vigente sistema que padecemos que ni sus más rancios ideólogos pueden santificarlo, porque no tienen altares para colocarlo y mucho menos glorificarlo. Desde el punto de vista de las ideas que genera el sistema, sus defensores no tienen espacio para rendirle culto; está huérfano, sin amparo, abandonado a su suerte.

II.- Nuestro pueblo ha de aprender de la realidad que ha vivido

18.- De la misma forma que los pueblos valoran, distinguen y aprecian a quienes dan demostración de respetarlos, también rechazan a aquellos que los deshonran, envilecen y desconsideran. La admiración la tienen reservada en la conciencia para los que desde las alturas del poder demuestran miramiento, no así para los que los irrespetan y descuidan.

19.- Las comunidades humanas se sienten lastimadas, castigadas y de todas formas desconsideradas, una vez se dan cuenta de que en su contra se están aplicando políticas de desprecio, desdén y desinterés en la defensa de su patrimonio, de sus recursos de toda índole. De la misma forma que las masas populares saben demostrar estimación, cariño a quien las valora, saben despreciar a aquellos que no las honran y enaltecen.

20.- A quien se quiere se respeta, y los actos bochornosos que a diario ocurren en nuestro medio revelan que hacia nuestro pueblo no hay consideración, cariño y mucho menos se valora su esfuerzo para ser mejor, dejando atrás el atraso, los abusos y todo aquello que nos reduce como una comunidad de mujeres y hombres sensibles, solidarios y laboriosos.

21.- Los actos que nos degradan como pueblo que aspira a vivir en un ambiente limpio, libre de las lacras de la corrupción y la impunidad, están llevando a lo mejor del país a la convicción de que no podemos continuar como hasta ahora, en este medio que deshonra, denigra, reduce a la nada a las personas que respetan y se respetan.

22.- La sociedad dominicana luce que en ella se ha perdido el respeto al trabajo, a la vergüenza y a la honradez, y su lugar ha sido ocupado por la haraganería, la desvergüenza y el ladronismo, porque resulta que comportarse decente, proceder con decoro, actuar escrupulosamente, ya no tiene sentido porque descararse, descomponerse y ser desfachatado ha tomado carta de presentación.

23.- Sufrir, aguantar, soportar tranquilamente no es la tradición, la costumbre de nuestro pueblo. Lo que sí ha demostrado la historia de lucha de las masas populares dominicanas que se han rebelado, zapateado cuantas veces las circunstancias lo han requerido. Ceder, transarse, demostrar flexibilidad por debilidad nunca ha sido nuestro proceder.

III.- La tolerancia tiene sus límites

24.- La tolerancia de los pueblos tiene sus límites, no llega a lo insoportable. No puede confundirse lo respetuoso con la docilidad ciega, sin ton ni son, así como así, sin más ni más. Lo permisible no cuadra ante lo que es a todas luces inaguantable. Tener aguante, soportar no llega a convertirse en siempre decir amén.

25.- El dominicano ha sido algo más que comprensivo, llegando a comportarse como un manga ancha, lo que no quiere decir, en modo alguno, que sea consentidor de abusos, atropellos e iniquidades. El arrojo, la valentía, lo indomable de nuestro pueblo está probado en la práctica, en su historial de lucha patriótica y democrática.

26.- A nuestro pueblo tampoco se le puede reprochar, echar en cara la resignación ante los abusos en su contra. No puede ser vituperado por no accionar frente a ofensas que merecen la repulsa colectiva, la recriminación como respuesta de las fuerzas más activas de la sociedad.

27.- De lo que no debemos tener la menor duda es que más temprano que tarde, lo mejor del país, ahíto, hastiado, colmado de tanto pasar por alto porquerías politiqueras en su contra, va a gritar: basta de tanta cochambre, suciedad, desprecios, ignominias, humillaciones, oprobios y canalladas. El deshonor jamás puede mantenerse por encima de la dignidad y la aspiración de los mejores hombres y mujeres de la sociedad a vivir con hidalguía.

28.- Nadie con sano juicio puede pensar que las mujeres y hombres dignos del país van a mendigarles a sus adversarios el derecho a vivir decente y en un ambiente de respeto. Limosnear, pedigüeñar lo que puede alcanzar con la acción de masas, nunca ha estado en los planes del pueblo dominicano. El implorar, ir de puerta en puerta jamás será el proceder político de quienes confían en las fuerzas motrices llamadas a motivar a los que bregan confiados en vencer.

29.- Siempre ha estado en nuestro pueblo batallar, la beligerancia, el sentido de combatividad para enfrentarse con quienes han sido sus opresores de turno. Lidiarse, batirse para rechazar e impugnar el despotismo y el golpeo a su dignidad, en reiteradas ocasiones lo ha demostrado el pueblo dominicano. Contradecir a los que procuran silenciarlo es norma, costumbre que ha echado raíces en el sentir popular dominicano.

30.- Lo que en determinados momentos se ve en las masas como un negativo quietismo, una inactividad frustrante, en el fondo no es más que el estacionamiento, el reposo para reflexionar con relación al movimiento en procura de avanzar, ir hacia adelante con el fin de alcanzar con éxito el objetivo perseguido, llegar en firme, con fortaleza a la meta propuesta.

31.- Nadie debe llamarse a engaño, tomadura de pelo ni dejarse hacer morisquetas, creerse que el pueblo dominicano, por el hecho de no reaccionar ante los desmanes, está flaqueando, que su voluntad para luchar está resquebrajada, o que ha visto venirse abajo su decisión de levantarse para liberarse de la opresión en su contra.

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