La soberbia del poder

Fuerza reconocer que el mundo ha avanzado en múltiples aspectos. Los seres humanos hemos sido capaces de realizar ingeniosos inventos y desarrollar tecnologías que han contribuido al bienestar de muchos y facilitado la interrelación. Sin embargo,&#8230

Fuerza reconocer que el mundo ha avanzado en múltiples aspectos. Los seres humanos hemos sido capaces de realizar ingeniosos inventos y desarrollar tecnologías que han contribuido al bienestar de muchos y facilitado la interrelación. Sin embargo, en esencia la raza humana sigue cometiendo los mismos errores, conducida por las mismas tentaciones que desde el inicio de la historia de la humanidad marcaron su destino. La eterna lucha por la conquista del poder terrenal, que para los creyentes debería carecer de importancia ya que el verdadero reino no es de este mundo, ha sido la causa de los más lamentables capítulos de nuestra civilización.

La soberbia, la ambición, la vanidad, la falta de humildad para reconocer que nadie es indispensable y que sus intereses no pueden estar por encima de los del grupo al que pertenezca, son circunstancias que a pesar de los grandes avances de la modernidad, mantienen la civilización humana anclada a los caprichos de líderes negativos que no buscan conducir a sus pueblos por senderos de prosperidad, sino alimentar su ego así como acumular riqueza y poder junto a los suyos.

El servilismo, el temor a no contar con la gracia del poder, la hipocresía y la falta de compromiso de muchos, han permitido que históricamente malos líderes decidan antojadizamente el destino de sus naciones, sus instituciones o grupos, reproduciendo los mismos esquemas corruptos, que enriquecen a un grupo y empobrecen a la inmensa mayoría.

A lo largo de nuestra historia ha sucedido esto y lo que somos hoy después de más de 165 años demuestra que ha primado más la búsqueda del poder personal que la del bienestar colectivo.

Si por un momento imagináramos qué hubiera sido de nuestro pueblo si en vez de que Juan Pablo Duarte hubiera sido traicionado por aquellos que buscaban la gloria personal y no los ideales patrióticos, quizás hubiera dejado una impronta tan profunda que habría evitado los excesos de poder de Santana, Báez y tantos otros. A través de los años hemos sido tan permisivos que cada quien a su manera entiende que puede estar por encima de la ley. Muchos porque se creen tan importantes que entienden que no están sujetos a control alguno, algunos porque simplemente no aceptan la autoridad y otros porque están seguros de que no tendrán consecuencias. Por eso, a pesar de que tenemos un derecho escrito, de tener abundantes leyes, de que para cada simple acto exigimos legalizaciones y sellos, nada se respeta o funciona porque lo esencial está fallando, la verdad y la moral no son asumidas como valores y su irrespeto no tiene consecuencias. Dicen que no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista. Aunque también es cierto que cíclicamente repetimos los mismos males que una vez intentamos abolir.

Ojalá que esta sociedad despierte y entienda que todo poder humano es temporal, que todos somos responsables de limitarlo y evitar sus excesos, pero que también somos culpables si por nuestro silencio cómplice permitimos que sigan dañando nuestro país y nuestras instituciones públicas y privadas. Hagamos lo que sea necesario.

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