Sobre los nombres de las escuelas públicas

Un artículo publicado la pasada semana por un colega, David Álvarez Martín, sobre el desatino de los nombres de ciertas calles y avenidas importantes del país, me motiva a compartir esta preocupación sobre la carga negativa, o bien peyorativa…

Un artículo publicado la pasada semana por un colega, David Álvarez Martín, sobre el desatino de los nombres de ciertas calles y avenidas importantes del país, me motiva a compartir esta preocupación sobre la carga negativa, o bien peyorativa de los nombres de algunas escuelas públicas dominicanas.

Muchas escuelas honran próceres nacionales, independentistas, restauradores, ex presidentes (Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, José María Serra, Gregorio Luperón, Salomé Ureña, Minerva Mirabal, Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez, y otros tantos ilustres); algunas honran maestros o munícipes meritorios de sus comunidades y otras tienen nombres con connotaciones religiosas, nombres de órdenes clericales o de entregados sacerdotes, tales  como La Milagrosa, Ave  María Casa de los Ángeles, San Ignacio de Loyola, Padre Brea, Reverendo Roque Frías.

No obstante, otras escuelas se nombran con sustantivos que aluden a situaciones negativas, penosas o deprimentes. Hoyo Oscuro, La Bomba, La Soledad, El Pozo, Matanza, La Ciénega -según el Diccionario de la Real Academia Española, Ciénega, es “lugar o paraje de ciene, o pantano”- son nombres de escuelas que recientemente he identificado.

Querramos o no, un nombre identifica, tipifica y te invita a asociaciones mentales, positivas o negativas, con lo que representa la persona o el objeto, según sea el caso. 

Los últimos nombres citados no son inspiradores, no expresan amor, confianza, esperanza o  fe, valores esenciales de un proceso educativo sano y legítimo, en el que la mayoría de los dominicanos estamos hoy empeñados; unos desde el mismo sistema, desde la escuela, la misma aula, otros impulsando o diseñando políticas y procesos que apuesten a la mejora de calidad de ese sistema.

Existe un procedimiento que permite el sometimiento de un cambio de nombre al Ministerio de Educación, a través de una asamblea de los grupos de participación comunitaria y el equipo de gestión de la propia escuela. Propongamos e impulsemos esos cambios  desde cualquier  rol que ejerzamos en nuestras comunidades, juntas de vecinos, grupos parroquiales, asociaciones de padres y madres de la escuela, gremios, etc. 

Es importante que los nombres de nuestras escuelas se vinculen a valores o a  personajes que puedan ser ejemplos de heroísmo, santidad, esperanza, vida y desarrollo. Comencemos a  dignificar la escuela asignando el nombre coherentemente con el valor del proceso educativo. l

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