Somos una sociedad muy peculiar: núcleo social  de compleja historia, de cultura conforme a la mezcla de las más diversas fuentes, dueña de heterogéneas raíces propias como resultado de un crisol de razas sobre el negro africano, emigrante forzado.

Con indígenas “cristianizados” que no pudieron entender que en el nombre de Jesús se aplastara su existencia, se empobrecieran al comprender sus “carencias”, obligados a recoger para otros lo que para ellos nada significaba: oro, y sembrar con sangre lo que antes cultivaron con amor.

Aunque las crónicas reportan su aniquilación, estudios del ADN mitocondrial demuestran que muchos sobrevivieron, se mimetizaron e hicieron aportes de su escasa cultura: el casabe y muchas de palabras tainas que hoy utilizamos.  Hasta la esclavitud tuvo ribetes coloniales particulares en las tierras del Santo Domingo español.

Los dominicanos tenemos tipología de pasionales, con mujeres cariñosas y entregadas; somos alegres, espontáneos, cadenciosos dueños del ritmo contagioso, de esqueleto contento y boca floja para hablar y beber mezclas espirituosas: ron, whisky los que pueden, y cerveza súper fría todos para mitigar el calor del ambiente y los fuegos interiores.

Alcoholes que aflojan cadenas y dan licencias para desinhibirse, dejando libre el verdadero yo, el espíritu emancipado del que quisiera ser, al margen de cánones jurídicos, límites morales y convencimientos religiosos.

Esa misma sociedad de la ñapa, del gofio, de los “macaraos”, colectividad de niños, muchachitos, “carajitos  y juegos infantiles: “una candelita…a la otra equinita”, de “musa, tataramusa, fundillo pelao…” la del juego al “econdío”, la de extraviadas serenatas, de fraternidad fácil, espontánea y universal, que el turismo usa como principal materia prima de su éxito, se ha transformado en una sociedad enferma de violencias, de miedos, de criminalidad, de robos, de inseguridad, de impunidad, del sexo fácil, atracos, secuestros, de bebida irresponsable, de la prostitución disimulada, de complicidades, de drogas y sus lacras, de corruptela, de impotencia ante el delito,  del virus de la riqueza instantánea, del “éxito” inmediato, de “autoridades” protectoras y propiciadoras del crimen, de mujeres transformadas en demonios hermosos, de políticos podridos, de profesionales perversos.

Los que han descollado en el mal aplastan la imagen de los honestos y de corazón sano; maltratan la concepción del disciplinado policía y “guardia” de carrera con hoja de servicio limpia; corrompen el dibujo del político serio; distorsionan la imagen de la genuina mujer dominicana; perturban la esencia criolla.

Los honestos, los limpios, los genuinos, las serias, son más, muchos más que los otros. Hace falta un líder diáfano, fresco, con sensibilidad humana y autoridad fortalecida, con planes realizables y de oportunidades, que conduzca a este pueblo en sus rutas de recuperación del futuro extraviado, del presente con miedos y del añorado pasado dictatorial.
El autor es empresario
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