Es tiempo de defendernos

Hace días leí una carta de un joven haitiano que estudia aquí. Entre otros aspectos, nos acusaba de ingratos y de traficantes de seres humanos. Fue un reflejo de lo que pregona la prensa del vecino país, con una intensidad que depende de las circunsta

Hace días leí una carta de un joven haitiano que estudia aquí. Entre otros aspectos, nos acusaba de ingratos y de traficantes de seres humanos. Fue un reflejo de lo que pregona la prensa del vecino país, con una intensidad que depende de las circunstancias.

La misiva tuvo cierta incidencia en las redes sociales, pues se publicó justo cuando estaba al rojo vivo la crisis motivada por la prohibición de vender en Haití pollos y huevos. Confieso que estoy harto de escuchar por el mundo sobre el “gran maltrato”, “el régimen de esclavitud” y “el apartheid caribeño” que sufren los haitianos en nuestro territorio. Estoy harto y harto. Es más, “jarto”. Y creo que es tiempo de elevar nuestra voz y defendernos de tales acusaciones. Y que lo hagamos con honor y valentía, que eso no implica de ningún modo que seamos antihaitianos, ni racistas, ni nada de esas absurdas conductas que nos atribuyen, que con ese chantaje nos tienen con la boca cerrada desde hace tiempo.

Tampoco sigamos el juego y nos acobardemos cuando algunos etiquetan a quienes resaltan nuestros valores y nuestra soberanía, como derechistas, atrasados y reaccionarios. No y no. Sustentar nuestra nacionalidad es un acto de nobleza, siempre y cuando respetemos nuestra condición de hijos de Dios, donde todos somos iguales y debemos tratarnos con dignidad y fraternidad. Por si acaso, cada vez que he podido le he servido con entusiasmo al pueblo haitiano. Cuando dirigía Cáritas Arquidiocesana en Santiago, era un promotor de primer orden llevándole todo tipo de ayuda a Haití; en el deporte he sido el único que ha promovido intercambios de ajedrez con Haití; y siendo juez laboral creo que fui de los primeros en reconocer que los trabajadores ilegales haitianos tenían los mismos derechos laborales que los dominicanos, una decisión que nos coloca en términos jurídicos, por encima de la mayoría de las naciones desarrolladas, en cuyas legislaciones el ilegal no es gente y es tratado como cosa. Así que mis palabras de ningún modo simbolizan animosidad contra Haití, nación que admiro como precursora de la libertad en nuestra América; mis sentimientos plasmados en este artículo representan amor por mi patria.
Dominicanos y haitianos conviven en armonía. Los problemas entre nosotros son escasos. El dominicano contrata al haitiano hasta sin conocerlo. Es difícil que dos pueblos tan diferentes vivan en paz en un mismo país.

Destaquemos, por ejemplo, que nuestro gobierno subvenciona a las haitianas que dan a luz en nuestros hospitales; los comedores económicos donde los haitianos se sirven; y las universidades, donde miles de haitianos cursan estudios, la mayoría con excelente comportamiento. En una de ellas está matriculado el estudiante haitiano que nos difamó.

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