¿Una ciudad sin dolientes?

Las ciudades de todo el mundo crecen y se modifican y con ellas la gente. Lo ideal es que siempre los cambios urbanos sean para mejorar. Que las ciudades sean más amigables y no la selva de cemento de que tanto se ha hablado y escrito.

Las ciudades de todo el mundo crecen y se modifican y con ellas la gente. Lo ideal es que siempre los cambios urbanos sean para mejorar. Que las ciudades sean más amigables y no la selva de cemento de que tanto se ha hablado y escrito.Pero esa aspiración es lo que más se parece a un sueño, especialmente si hablamos del Gran Santo Domingo, hoy bajo el influjo del asalto, los ruidos, la agresividad, la irritabilidad de sus habitantes, de los choferes del concho, los guagüeros, motoconchistas y toda esa suerte de sobrevivientes de la explosión urbana que todos vivimos o sufrimos.

Y no se advierte que esa tendencia a la degradación del medio urbano se detenga. Nuevos negocios se levantan rompientes en cualquier esquina, rincón, calle, avenida, barrio, urbanización, sector, sin considerar las normas de convivencia en espacios territoriales, que se suponen bajo un ordenamiento legal.

Cómo es posible que en una zona residencial, como lo fue en su tiempo Ciudad Nueva, Gazcue, más recientemente Naco, Piantini, El Millón, Los Prados, nos encontremos con unos súper colmados que vienen a ser una vulgarización vergonzosa del bar, un lugar de entretenimiento que reunía, en una geografía claramente delimitada por el peso de la autoridad, la pista de baile, el disfrute de las bebidas bajo cierta formalidad, en un ambiente de mínima decencia.

Siempre ubicado en zonas muy específicas. Y en los confines de la ciudad, el cabaret, reservado a un público adulto y bajo un relativo confinamiento espacial.
Ahora no. Predominan  los colmadones y los famosos drinks, en cualquier lugar. Una mezcla de todo aquello, reductos donde se vende de todo, incluso drogas, y se hace todo, en las vecindades que se han vuelto inhabitables.

Es como si la ciudad no le doliera a nadie. Santo Domingo no se merece  eso. Es tiempo de que la autoridad imponga reglas, según  un plan urbano, de habitabilidad y convivencia, que involucre a la municipalidad, Medio Ambiente, Policía, Salud Pública y a la propia ciudadanía que siente que le están robando sus espacios y sus vidas.

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