El año 1952 diseñé y construí un cohete de dos etapas, con una altura aproximada de 60 centímetros y una estructura de papel de estraza y almidón […] El lanzamiento se realizó en el patio sur de nuestra casa, funcionando las dos etapas perfectamente, pero no encontramos los restos del cohete […] Yo estaba al tanto de la teoría de Werner Von Braun […] que planteaba los cohetes de varias etapas.
REGINALD GARCÍA
(Bitácora de un ingeniero)

La bitácora es un armario incrustado en la cubierta del barco y cercano al timón. La precaución del tripulante (siempre olvidadizo, ensoñado, vanidoso) guarda en ese mueble, próximo a la brújula, un cuaderno con las peripecias del viaje. Aletean en esas páginas las horas de tormenta y de tiempo calmado, las quimeras y añoranzas, los triunfos y aflicciones del trayecto.
Esto viene a cuenta, naturalmente, tras escarbar en el mueble de un balandro y descubrir sus gavetas atoradas de piezas peregrinas: máscaras y vasijas de barro, fuegos de artificio y menudos proyectiles de repentina trayectoria. En un pequeño cuadernillo atrapé, también, proezas de carnavales, tachones y palotes que sugieren las audacias de un bisoño frenesí. Por favor, díganme: ¿Quién es el individuo que urdió tales fantasías? ¿De dónde surgen (o fulguran) estas señales tras la niebla, en el primer indicio del espejismo?

Quizá me supongan ustedes fuera de tiempo y de lugar. Pido disculpas si acaso me encuentro en un paraje distinto de aquel donde se detendría tan insólito trayecto. Digo insólito como también podría llamar misterioso el periplo: cargado de delirios siderales y de ocultas presencias, de intranquilas y fugaces provisiones. Aunque, con todo, tal vez resulte más propicio juzgar de dichosa y ardiente aquella nomenclatura de utopías, de sueños desarmados y, al fin y al cabo, recompuestos bajo el abrigo amoroso del árbol de las verdades.

Ahora me siento obligado a despojar estas palabras del antifaz. Debo confesar que fue mía la idea de que Reginald García bautizara como bitácora a este padrón de experiencias y enseñanzas. En una primera intención, el texto habría de ser tan solo la evocación personal de un ingeniero civil experto en estructuras. Pero el escrito adquirió vida propia y decidió, por su cuenta, ensanchar las fronteras. Todo aquello en un trance donde el autor desbordó con partículas de tiempo, tal vez con trozos de apretujada biografía, unas páginas cada vez más abiertas y más ávidas. Hasta lograr que aquellos manuscritos de añoranzas se espigaran, ahora en contrapunto, frente a ceñidos rascacielos y puentes en arco que congregan las “soledades separadas” ocultas en cada abismo y en cada brazo de agua.

Hago saber que estos pergaminos transmiten noticias y testimonios de la más diversa y extendida ejecutoria que un dominicano experto en diseño estructural ha plasmado en el país y fuera de nuestro territorio, en cualquier época. Si bien la infinita andanza de su autor nunca cesa, nunca toma tregua ni respiro.
Creo no haberme equivocado al sugerir el nombre de este libro. No podría ser otro sino el de un cuaderno de bitácora. Esa odisea que todo navegante lleva clavada en el pecho, muy cerca del corazón. Unas palabras que, a fin de cuentas, viajan por el espacio íntimo, repleto de fervores y de imágenes prolijas, de memorias y de sueños perdurables que el azul sosiego de ese marinero en tierra que vive en Reginald García ha querido revelarnos esta noche.
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Palabras en la presentación del libro
ESTRUCTURA. BITÁCORA DE UN
INGENIERO, de Reginald García Muñoz. Hotel El Embajador, 6 de septiembre, 2018

Torre Popular, Santo Domingo
(Diseño arquitectónico: Arq. Pedro Borrell; Diseño estructural: Ing. Reginald García). f.e.

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