La Navidad es sin dudas un tiempo especial. Para los cristianos, existen diversas opiniones sobre el origen de la fecha del nacimiento de Jesús, vinculado con la fecha del inicio del solsticio de invierno.

Pero sin importar las miles de teorías que puedan tener autores y diversas religiones parecería ser una época mágica, donde los odios y las diferencias parecen aplacarse; la celebración une más a las familias y a pesar de que las mismas se han convertido en fecha de fiestas y ventas, muchos aprovechan para recordar a otros.

No puedo negar que me gusta la Navidad, pero también me deja un sentimiento de la desigualdad que aflora en el mundo. Leía hace unos días en un matutino la historia de Mascimina Morillo Reyes, madre de seis hijos, quien, con una amplia sonrisa, sin importarle su enorme pobreza, su única ambición, si así la puedo describir, es poder tener un plato de comida todos los días.

Eso me lleva a mirar el año que ya termina y lo hago hoy porque este será mi último artículo de este año, ya que los días que me toca escribir en este diario, que cada semana me permite garabatear mis ideas en una computadora, no se publicará el 25 diciembre ni el 1ro de enero, días en que sus colaboradores podrán pasar con sus familias.

Confieso que he hecho un cambio en mi vida, me levanto temprano y he dejado la costumbre de leer las noticias primero, por algo que motive a un día mejor y más productivo. Más tarde, sin otro remedio, paso a leer las negatividades de tantas opiniones, cuyo único sentido un cheque de fin de mes, gracias a cerebros escasos que venden sus opiniones a cambio de monedas. Monedas que no podrán llevarse a la tumba, monedas con las que definitivamente no contribuyen con un mundo mejor, ni con el plato de comida que deben tener seguro todas las Masciminas de este mundo.

Terminamos un año que deja muchas preocupaciones. Cierto que hemos mantenido la estabilidad económica, seguimos con niveles de crecimiento por encima de los demás países de la región, hemos logrado revertir el daño que pretendían hacer con nuestro turismo, pero aquí vendría aquello de que “no sólo de pan vive el hombre”.

Terminamos el año con una incertidumbre como nunca con el país vecino. Cuánto tiempo tardará en que nos llegue una poblada en busca de una solución que no encontrarán aquí y que la comunidad internacional, empezando por Francia, se hacen de la vista gorda.

Estados Unidos busca una fórmula que no encuentra, la solución no es buscar líderes en el país vecino, tampoco lo es una reunión de empresarios en Miami, ni que pronto el presidente haitiano podrá gobernar sin constitución.

El tiempo de buscar paliativos terminó; estamos frente a una verdadera crisis que se llevará las dos naciones, por supuesto nosotros tenemos otras cosas más importantes como agradecer que seguiremos gastando millones de pesos para promover candidatos.

Hace unos días cuando la Junta Central Electoral publicó cuánto puede un candidato gastar en campaña, comenté en un chat que era una barbaridad que la campaña a senador costará 100 millones de pesos, cuando este gana 24 millones en cuatro años.

Para presidente se gastará 500 millones que nadie cree, porque el río de dinero que corre es mucho mayor y poco control.

Un buen amigo me respondió, que lo que se hizo fue formalizar una situación que de hecho ya existía. La respuesta me confundió mucho más, porque entiendo que las leyes no están para formalizar desatinos, de ser así pronto tendríamos una ley que establezca los límites permitidos para el narco, la corrupción, los asesinatos y la evasión.

Oí el domingo el sermón de un sacerdote que admiro por su profundidad y su espiritualidad. Refería que en las monedas de Herodes había una mata de cana, agitada por los vientos, que simbolizaba la forma cambiante de política de este rey, que podía presentarse como servidor de los romanos o como patriota.

Aprovechemos esta época para no ser como Herodes, que no cambiemos con la brisa de los que son nuestros principios y lo que más conviene al país. Que las fiestas y los adornos no sean el símbolo de la navidad y más aún, que esta época no sea para muchos más de lo mismo.

La verdadera NAVIDAD es aquella en que nuestras acciones no sean sólo para nosotros sino para beneficiar a los demás, acciones que procuren no cosechar sino sembrar. Hay que recordar que cuando nacemos: no tenemos bolsillo, sólo nos hace falta el amor de la madre y la alimentación. Al fin de nuestros días nos vamos sin nada, recordando que nada trajimos, nada llevamos y si algo dejamos, es el bien que hayamos podido hacer en el corto tiempo que se nos permitió vivir.

“La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del amor. El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. La campana de navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir. Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad”. Papa Francisco I

¡Feliz Navidad y un venturoso 2020!

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