Vivir en prisión domiciliaria tiene cosas buenas (lees mucho más, ves completas las mejores series y haces vida familiar); otras no tan buenas (como no juntarte con los amigos y tener que usar una ridícula mascarilla para todo), y otras definitivamente odiosas (por ejemplo, ya odio el teléfono y no soporto al Ministro de Salud Pública). Pero también he descubierto algo muy importante: ser perro callejero es una envidiable categoria social, al margen de todo mal y de todo toque de queda. (Es más, he tomado una gran decisión: ¡En mi próxima vida no quiero ser escritor Premio Nobel, sino simple perro callejero!).

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