César Nicolás Penson Matos, el ilustre escritor de “Cosas Añejas” y director del primer diario del país, “El Telegrama”, y por el que se le dio nombre a la importante avenida que marca Gascue y más, era mi abuelo paterno. De numerosa descendencia, 18 hijos, solo la mitad sobrevivió dadas las condiciones de la época, a fines de los 1800. Mi padre, Augusto Aquiles, era apenas un niñito de 7 años, cuando fallece el ilustre, a los 46 años. Un hijo se llamó César y otro, el póstumo, Nicolás, pero ninguno con la combinación de los dos nombres. Es a mí a quien toca cargar con el nombre del ilustre escritor, sin que mis padres imaginaran lo difícil que resultaría cargar con un nombre de calle.

El ego y las menciones dentro del núcleo familiar exaltaron el orgullo y la responsabilidad de cargar con él, llevándome a pronunciarlo con el alma llena de anécdotas y referencias, que la “historia” que el público conoce, no recoge. En mi infancia, en cada ocasión que tenía que identificarme, me corregían: “mi’jo no es adonde tu vives; es cómo te llamas” y esto obligaba a una explicación. Ya en la adolescencia, cansado del eterno juego, opté por suprimir el Nicolás y entonces me decían: “por un chin y te llamas igual que la calle”. Es notorio que la gente común se refiere a “la calle” y pocas veces al personaje, mostrándose más interesados en el lazo familiar, que en su contribución a la dominicanidad que llevó a los munícipes de una época, a designarla en su honor.

Pasados los años y con la madurez a que el paso del tiempo obliga, decidí identificarme con el nombre completo y hasta disfrutar las diversas reacciones que ello provoca. Por lo general me expresan: “pero eso’e una calle”, con rostros de incredulidad y dudas y en los extremos me preguntan: ¿y el nombre se lo pusieron por uté? Cuando la suspicacia se refleja en la cara del que precisa del nombre, como luna llena, le expreso: “esquina Rosa Duarte”. En alguna ocasión alguien me ha preguntado: “¿y porqué Rosa Duarte?”, a lo que tengo que responder: “porque es la única calle, con nombre de mujer, que lo cruza”.

En los últimos tiempos, donde la ignorancia ha encontrado campo fértil y ha hecho nido en nuestras juventudes, y en donde tantos extranjeros hispanoparlantes desconocen de manera absoluta todo lo dominicano que no se baile o se beba, acentúan la o final del apellido y me hacen pensón, como si mi actividad principal fuera el pensamiento profundo.

En una ocasión fui invitado a una actividad social, en la casa del embajador americano, que, estando la propia embajada ubicada en la mencionada calle, tenía, al igual que la esposa, especial interés en conocer a un descendiente de ese señor, con el mismo nombre por demás. Con mucho interés indagaron quien había sido y quisieron conocer de viva voz, lo que los escritos no revelaban, de la personalidad de un dominicano ilustre que la historia privilegia.

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