Los brasileños decidieron ayer darle a Jair Bolsonaro, candidato derechista con perfil autoritario, la oportunidad de dirigir los destinos de Brasil durante los próximos cuatro años. Muchos dentro y fuera del Brasil han comenzado a rasgarse las vestiduras. Cualquiera que se hubiese detenido a analizar la evolución de las cifras macroeconómicas de este país de 209 millones de habitantes, habría llegado a la conclusión de que los brasileños, este año, votarían por algo diferente.

La verdad hay que decirla. Durante los 8 años de Lula les fue bien. La economía creció anualmente en 3.9% o 4.7% si obviamos la caída del 2009, año de la Gran Recesión global. La pobreza bajó de 34.3% en el 2002 a 18.5% en el 2010; 28 millones de brasileños salieron de la pobreza. El empleo y los salarios aumentaron, la desnutrición cayó y la escolarización subió. Por eso, en el 2009, Obama calificó a Lula como “the most popular politician on earth”.

El disgusto con el social-liberalismo brasileño que entronizó Lula, se inicia y propaga en la administración de Dilma Rousseff, su heredera. El crecimiento económico sucumbió, promediando un raquítico 0.4% anual durante el 2011-2016. Los macos comenzaron a salir. Una nómina pública que consume el 13% del PIB, mucho mayor que el promedio regional de 8% y más del doble del 5.9% que representa la del sector público no financiero en República Dominicana. Al manipular las cuentas para mostrar un déficit público inferior al real, Dilma allanó el camino a su destitución y sustitución por su vicepresidente, Michel Temer, quien con una tasa de aprobación de 7%, era poco lo que podía reformar. El déficit público ha promediado 8.4% del PIB en los últimos tres años, cosecha de un gasto público que ronda el 38.4% del PIB e ingresos en la vecindad del 30%. La deuda bruta del sector público no financiero cerrará este año en 88% del PIB.

El nivel de inversión doméstica bruta apenas representa el 16% del PIB mientras que el ahorro no llega al 15%, limitando las posibilidades de un crecimiento acelerado. Agréguele a eso un desempleo superior al 13%, una fuerte percepción de despilfarro en el uso de los recursos públicos, y una partidocracia que encontró en la corrupción su fuente principal de financiamiento.

El Presidente electo asusta a muchos por su flirteo con el credo de la extrema derecha y su evidente alergia a las políticas propugnadas por la izquierda, incluyendo el matrimonio del mismo sexo, las políticas de género, la acción afirmativa y la liberalización de las drogas. Este aparente fanático religioso, racista, homofóbico, machista y anti-pobres, asumirá en enero del 2019 la Presidencia del país más grande de la región. El tiempo se encargará de validar o no las percepciones que se han construido sobre él en los temas que atraen a la izquierda y los liberales, percepciones que el propio Bolsonaro, con declaraciones en extremo políticamente incorrectas, ayudó a construir.

Olvidemos, aunque sea por un momento, la faceta desagradable de Bolsonaro y revisemos lo que está proponiendo en el ámbito de la economía, que es, precisamente, el que más interesa a los brasileños. ¿Qué ha propuesto? 1. La total independencia del Banco Central, la adopción de un sistema de tasa de cambio flexible y un esquema meta de inflación para normar la política monetaria; 2. Lograr un superávit fiscal primario, a través de una racionalización del gasto público y la unificación y reducción de impuestos, como por ejemplo, la consolidación en uno sólo de los cinco tipos de IVA que gravan el consumo de bienes y servicios; 3. La reducción del impuesto sobre renta a las empresas desde 27.5% a 20%, y el aumento a las personas físicas desde 17.5% a 20%; 4. La eliminación de los subsidios a la industria, la apertura comercial, el desmantelamiento del proteccionismo; 5. La privatización de las empresas estatales, para cerrar esta tradicional fuente de corrupción de la partidocracia brasileña mientras destina los ingresos que se reciban para reducir la deuda pública; 6. Ejecución de una reforma laboral que flexibilice el mercado y confiera libertad a los trabajadores para pactar contratos y salarios bajo opciones y reglas diversas; 7. La sustitución del sistema de reparto por el de capitalización individual para las pensiones, siguiendo el modelo chileno; 8. El desmantelamiento de las trabas que dificultan la creación y el funcionamiento de empresas; 9. La ampliación y modernización de la infraestructura física para mejorar la competitividad; 10. El mejoramiento y modernización del programa Bolsa Familiar que creó Lula, para reducir la dependencia y la vagancia, y estimular la búsqueda de trabajo y; 11. Ejecutar el ambicioso programa de reformas bajo la dirección y coordinación de Paulo Guedes, economista brasileño con maestría y doctorado en la Universidad de Chicago, y próximo Ministro de Hacienda.

No puedo negar que las propuestas económicas de Bolsonaro, me parecen sensatas y adecuadas para liberar a Brasil de la ‘malaise’ económica en que se encuentra. Todo el que haya leído el Programa Macroeconómico de Mediano Plazo de la República Dominicana 1996-2000, que la Fundación Economía y Desarrollo publicó hace 22 años, se sorprenderá de la cuasi-perfecta coincidencia de las propuestas.

A Bolsonoro hay que darle la oportunidad de relanzar a Brasil. Su programa económico sería capaz de lograrlo. Nuestra principal duda es si el nuevo presidente encontrará el respaldo congresual que necesita para pasar las reformas propuestas. Es ahí donde el sueño de Guedes de un tránsito libre de trabas desde la “social-democracia” de Lula-Rousseff a la “liberal-democracia” que Brasil necesitaría recorrer, puede dar lugar a la típica desilusión cuando despertamos luego de un sueño agradable.

Algunos temen que, si la democracia tranca el juego, como ha sucedido en diferentes geografías, el capitán egresado de la Academia Militar Águilas Negras, opte por decretos supremos para pasar las reformas y que, incluso, opte por dar prolongadas vacaciones el Congreso, apoyándose en el aparente respaldo que tiene en el estamento militar y en la mayoría de los brasileños.

No sería la primera vez que en América Latina y en el mundo, reformas necesarias y modernizantes son ejecutadas por gobiernos que transitoriamente abrazan el autoritarismo, conscientes de que la vía puramente democrática está secuestrada por los intereses políticos y económicos que rentan el status quo. El que quiera, que se rasgue las vestiduras si lo desea, pero la verdad pura y simple es que Chile está hoy donde está, gracias a que con el apoyo del gobierno de EE UU, los militares chilenos, con Pinochet a la cabeza, cerraron el paso al modelo socialista radical de Allende y pusieron en marcha las reformas económicas de mercado que un grupo de economistas jóvenes, graduados de la Universidad de Chicago, habían plasmado en El Ladrillo. Sigan rasgándosela si quieren, pero la vibrante economía en que se ha convertido Perú en los últimos años, no se debe a García, Toledo, Humala o a PPK, sino a Fujimori, quien ejecutó un ambicioso programa de reformas económicas durante su primer período, y con mano firme liberó a Perú de la zozobra que mantenían simultáneamente los movimientos Sendero Luminoso y Túpac Amaru.

Bolsonaro tratará de transitar la vía democrática que Guedes ha pautado para lograr la aprobación de las reformas. Eso sería lo ideal. No debe olvidarse, sin embargo, que las reformas profundas que se requieren, acarrean costos políticos no solo para el Ejecutivo sino también, para el Legislativo. Si Bolsonaro no logra aglutinar una mayoría congresual para aprobar las reformas, Brasil se hundiría más todavía. Si lo dudan, echen un vistazo a la Argentina de Macri. Temiendo al costo político de las reformas profundas que se requerían, Macri optó por un tímido gradualismo, apostando que así llegaría con elevada favorabilidad para reelegirse en las presidenciales de octubre de 2019. Pero el mercado se cansó. El déficit público es hoy mayor que el heredado de Cristina, la inflación sobrepasa el 40%, la devaluación el 110%, el desempleo ha subido al 10%, el ingreso per-cápita en dólares ha caído este año en 20%, y la pobreza de 23% en el 2015, hoy está en 33%. La realidad es que no siempre la democracia facilita el camino a reformas urgentes y necesarias como las que necesitaba Argentina cuando Macri subió y las que necesitará el Brasil que dirigirá Bolsonaro a partir del 2019.

Los que hoy se rasgan las vestiduras deben tener paciencia y ver qué finalmente desea y puede hacer Bolsonaro. Y ser más comprensivos con los brasileños que lo han votado. No olviden que el verdadero período de milagro económico de Brasil, no fue el de Lula Da Silva, sino el que emergió después del golpe en 1964 al gobierno de izquierda de JoaÃo Goulart. El milagro económico se verificó durante el gobierno militar que colocó a Humberto Castelo Branco para hacer los ajustes desagradables, a Artur Da Costa E Silva para cosechar los frutos, y a Emilio Garrastazu Médici, luego de fallecer Da Costa en 1967, para colectarlos. Fueron las reformas y políticas económicas de ese gobierno autoritario, que clausuró el Congreso para poder pasar una reforma fiscal que acarreaba elevados costos políticos, las responsables de generar un crecimiento anual promedio de 11% durante el período 1968-1974. En ocasiones, es preciso “give autocracy a chance”. Ojalá no resulte necesario en Brasil.

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