El amplio menú de la compleja cultura dominicana, define la idiosincrasia criolla, que comprende aspectos muy diversos de la manera como concebimos el universo que nos rodea y define el accionar con los “otros” y la propia manera de actuar. Quizás las infinitas mezclas de razas, culturas, procedencias y las propias carencias de una isla “parejera”, explican estas conductas.

Constituimos un interesante ejemplar de laboratorio para estudiar, desde las diversas disciplinas sociales. Entre esos aspectos, llama la atención la inclinación hacia el engaño, obteniendo beneficios aparentando o haciéndole creer a alguien algo que no es verdad. Si se trata del comercio, aquella propiedad negativa se convierte en “política” de negocios. El dominicano anda siempre “chivo” creyendo que tras la oferta existe un perjuicio escondido. Es esa la génesis de la desconfianza colectiva que se ha transformado en desconfianza pública y degenera en falta de fe en las instituciones y por ende siempre empuja a hacer reservas ante la oferta oficial o privada, es “principio activo” del accionar nacional.

El célebre autor de libros y experto en la psiquis dominicana, Antonio (Toñito) Zaglul, lo define como el “Síndrome del gancho”. Ahí se manifiestan seres de la mitología criolla: “el hombre chivo; el tiguere culebro; el tipo moca”, que resumen, en la concepción popular de defensa. Donde un criollo pueda sacar beneficio adulterando, falseando, escondiendo, alterando, lo va a hacer. La ética industrial y comercial queda en entredicho en contenidos que no son precisos, componentes que pudieran no tener o contenerlo y no indicarlo, materiales de dudosa efectividad o de ínfima calidad.

Esto merma sensiblemente la confianza pública y pone a la defensiva al industrial o comerciante honesto, que abunda, mientras el ciudadano se hace más consciente y exigente, porque esos engaños están basados en la ignorancia. El peso, las dimensiones, el volumen, las características son insumos de engaños institucionalizados, que doblan el pulso a las autoridades. Proconsumidor libra una eterna batalla contra esa cultura del engaño y muestra éxitos importantes, pero la población debe confiar más en soluciones impuestas desde allí, para enderezar conductas abusivas, sancionar el fraude e identificar públicamente a quienes han hecho de esto un “modus vivendi”.

Las redes son terreno propicio para el engaño, por la clandestinidad que la simulación propicia, donde se juntan la credibilidad criolla y la deshonesta inclinación al engaño, lo son también para la denuncia… Las llamadas telefónicas de desconocidos, disparan alarmas y nos hacen sentir estadísticas de trampas, Fraudes, engaños. El recelo, la sospecha, la incredulidad, la duda, la aprensión, malicia, la previsión, por citar algunas condiciones comunes, empujan hacia una sensación de amenaza que nos llevan a reaccionar o condicionan actitudes, siempre negativas.

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