En el último lustro, los dominicanos hemos sido conducidos hacia un horrendo laberinto que en el mediano plazo nos ahogará irremediablemente hasta el punto de que tendremos una deuda externa impagable y una patria sin símbolos y sin orgullo dominicano.

En hermético silencio, sin legislar ni convocar a ninguna figura de las consagradas en la Constitución de la República, oficialmente han deformado la bandera tricolor, arrancando de su centro el escudo con la biblia abierta al centro, único símbolo que coloca a una nación en el corazón de Dios.

Se consideraba un error cometido por empresas o algunos sectores para dar un giro a la publicidad, pero la medida ha llegado a los uniformes militares, a organismos como la Junta Central Electoral, la propaganda oficial, instituciones públicas y unidades de servicio del Gobierno Central.

Ya no es un rumor, es un hecho el que las autoridades han decidido cambiar la bandera para sacar el escudo y con ello apartar la biblia de su centro. ¿Quién es responsable de esta acción antipatriótica que golpea en lo más profundo la dominicanidad, el legado sano y sincero de Duarte, Sánchez, Mella y Luperón?

Es una respuesta que debe surgir pronto y recibir el más radical repudio de todo aquel que se sienta dominicano, por encima de las dádivas y la ambición de poder. Mi patria no está en venta ni se apuesta en juegos. Quien lo haga, al final pagará las consecuencias de esta horrible acción.

El candidato que resultare ganador de la próxima consulta debe echar atrás esa mala acción y quien se comprometa con ello podrá contar con mi simpatía y la de millones de dominicanos que no tienen medios para expresar lo que planteamos ahora.
República dominicana es un país con alto nivel de solidaridad con los demás pueblos, anfitrión por excelencia, pero de ahí a ser vendidos como cosas, es inaceptable, porque seguirá siendo el país de los dominicanos. ¡Paren ahí!

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