Silvio Rodríguez, en su canción “Llover sobre mojado”, nos dice: “Leo que hubo masacre y recompensa/que retocan la muerte, el egoísmo/reviso pues la fecha de la prensa/me pareció que ayer decía lo mismo”.

Los medios de comunicación presentan constantemente imágenes de sangre por motivos religiosos y raciales. Es una historia repetida, protagonista en este mundo interconectado. Pero hay hechos que rompen la cotidianidad de ese tipo de noticias. Uno de ellos: la masacre ocurrida hace días en dos mezquitas de Nueva Zelanda, donde fueron asesinadas al menos 50 personas.

Observar el vídeo de la matanza (el atacante la transmitió), es una muestra irrefutable de la degradación humana expresada en su máximo nivel. ¿Por qué algunos todavía no comprenden que nuestras diferencias son apenas accidentales, pues todos somos iguales por ser hijos de Dios? “Tolerancia”, es una palabra que debemos tener tatuada en nuestros corazones, incluyendo a muchos dominicanos que están muy alejados de ella.

Ser tolerantes es comprender que no necesariamente tenemos la verdad, aunque defendamos nuestras convicciones con gallardía; es aceptar la personalidad del prójimo, siempre y cuando sus actuaciones no hagan daño; es evitar estar alegremente juzgando a los demás; es valorar al hermano por sus hechos, no por su condición.

Evitemos a los intolerantes, sin distinción: odian y aman sin comprender los límites de ambos términos, que mal asumidos pueden ser fatales para el buen juicio de quienes los practican. Juran que sus ideas son las únicas correctas.

Evitemos a los intolerantes religiosos que todo lo justifican en nombre de Dios. Nos dijo el papa Francisco que el fanatismo es un monstruo que osa decirse hijo de la religión. La religión no es fanatismo, es fe, bondad, comprensión, misericordia… Escudarse en ella para cometer actos de barbarie es propio de cobardes.

Evitemos a los intolerantes nacionalistas. Solo ven lo bueno en su terruño, aborrecen naciones hermanas porque las consideran inferiores y en nombre de la raza o de una alegada superioridad, matan, humillan y maltratan. Evitemos por igual a los intolerantes que piensan en lo material, vanidosos infelices en lo cotidiano, incluyendo a los justifican y provocan guerras para proteger sus intereses particulares o del poder que representan.

En fin, evitemos a todos los intolerantes, sin limitaciones, que los hay de muchas más categorías. Reprochemos a esos radicales, pobres o millonarios, ateos o creyentes, educados o analfabetos, pues sus conductas no ayudan a construir un mundo mejor. Es mi esperanza que al leer la prensa de hoy y de siempre, no me encuentre con algo parecido a lo sucedido en Nueva Zelanda, que no sea un tema recurrente, como “llover sobre mojado”.

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